Juan 20,19-23 Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
Siempre Pentecostés
- Muchos sentimos miedo y por eso estamos paralizados, con los brazos cruzados…
- Para eso viene el Espíritu Santo: para quitarnos los temores.
Me dijeron que había miedo.
Por miedo no salí al encuentro.
Hoy solitario espero otro tren.
Quizás pase de nuevo.
- Aquellos discípulos estaban con mucho miedo.
- Escondidos, aislados, asustados temblaban de frío.
- Pero como luz que calienta y da fuerzas se pusieron de pie y con sencillez de hombres dieron un paso al frente.
- Dejando que esa luz los iluminara pudieron encender mil fogatas para darse luz y contagiar a quienes tristes vagaban.
Nada de Fanatismos
- No era fanatismo que levanta velas y al poco rato se detiene.
- No era simple ilusión del que sueña despierto para levantarse desilusionado.
- Era llama ardiente que penetra hasta el tuétano de los huesos y da tal fuerza que ya nadie lo interrumpe.
Algo como…
- Alegría, fuerza, llama que en el pecho no cabía.
- Necesitaba salir, gritar, informar para despertar emociones con carismas y dones.
- De su llegada la fuerza.
- De su emoción el gozo para ver todo con ojos nuevos y mente despejada.
- Era Dios.
- Era su Espíritu que se había ofrecido ante la necesaria partida.
- Para que cada uno fuera casa de alegría al sentir como llamas encendidas una fuerza distinta – extraordinaria.
“Aparecieron lenguas como fuego, repartidas y posadas sobre cada uno de ellos” (Hechos 2,3)
- Ya no había soledad, ni miedo…
- Fuerza era lo que había de un Espíritu amoroso y tierno que encendía realidades y quitaba el frío.
Al descender el Espíritu
- Todo lo seco se cubrió de lozanía;
- La soledad en compañía;.
- Lo oscuro en luz del día para que lo que era débil se volviera fortaleza de compañía.
“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse” (Hechos 2,4)
- De ahí el empuje, la resolución a avanzar y actuar en el mundo.
- Ya no se miran las caídas es hora de levantarse.
- Volvía la primavera y en racimos comimos esperanzas para saber que el solitario tenía quien le escuchase.
- Todo por puro amor que no necesita nada a cambio.
- Abrazos, manos abiertas, risas y mil contentos.
- En todo actuaba el Espíritu Santo.
Con el Espíritu
- Nacía una nueva vida y la Iglesia del Dios en el amor.
- Sin dudas, sin amarguras, sin falsos recuerdos que atormentan y detienen la vida.
- Así comienza una nueva fe que ya no tenía las preguntas que a ratos nos asaltan.
- Era ese Dios con nosotros que se instalaba con toda su fuerza, con todo su amor.
- Vivir así era saber que Dios permanece, es estable, empuja y da fortaleza a la hora del desánimo y de la lucha.
Por eso…
- No se podía decir que no.
- No se podía retroceder.
- Esa fuerza encendía cada vez más la lacerada vida.
- Era una nueva fe que regaba encuentro, amistad, compañía dando derecho a proseguir.
Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si se mantienen en mi Palabra serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad les hará libres»
(Jn 8,31-32)
Esa verdad cautivó, emocionó e hizo posible el arranque definitivo.
Pentecostés
Ya no es el encierro que les atajaba, sino una paz extraña para muchos, pero cautivadora para los apóstoles.
“Estando cerradas por miedo a los judíos las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz con ustedes” (Jn 20,19)
Era una paz sorprendente que busca respuesta sin pensar en la ausencia de problemas o conflictos.
Era una paz que los sacó del frío encierro parecido al de los cementerios para lanzarlos a la lucha de lo que es justo, verdadero y duradero.
Empezaban a ver el mal tal como era y vencerlo a fuerza del bien.
Habían reconocido lo grande y lo inmenso de Dios y ahora no querían dejarlo.
En ellos un No rotundo al miedo y un Sí profundo a la unidad en aquella naciente Iglesia llena de esperanza.
Nos toca ahora vivir, construir, anunciar y proclamar la verdad de Dios.
Del Dios de la vida que hemos sabido escuchar.
Y ahora nos toca a lugares lejanos hacer llegar.
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