Principal
Cuarta Homilía
 

4. Discurso del Papa a representantes de otras confesiones cristianas y de otras religiones, lunes 2 de mayo

Os recibo con alegría, queridos delegados de las Iglesias ortodoxas, de las Iglesias ortodoxas orientales y de las comunidades eclesiales de Occidente, pocos días después de mi elección. Vuestra presencia de ayer en la plaza de San Pedro ha sido particularmente agradecida, después de haber vivido juntos los tristes momentos de la despedida del llorado Papa Juan Pablo II. El tributo de simpatía y afecto que habéis expresado a mi inolvidable predecesor ha sido mucho más que un simple acto de cortesía eclesial. Se ha andado mucho camino durante los años de su pontificado y vuestra participación en el luto de la Iglesia católica por su fallecimiento ha mostrado hasta qué punto es auténtica y grande la común pasión por la unidad.

Al saludaros, quisiera dar gracias al Señor que nos ha bendecido con su misericordia y ha infundido en nosotros una disposición para hacer propia su oración: «ut unum sint». Nos ha hecho cada vez más conscientes de la importancia de caminar hacia la plena comunión. Con amistad fraterna, podemos intercambiarnos los dones recibidos por el Espíritu y nos sentimos alentados mutuamente porque anunciamos a Cristo y su mensaje al mundo, que hoy parece con frecuencia turbado e inquieto, inconsciente e indiferente.

[Francés]
Nuestro encuentro de hoy es particularmente significativo. Ante todo, permite al nuevo obispo de Roma, pastor de la Iglesia católica, repetir a todos con sencillez: «Duc in altum!». Rememos mar adentro en la esperanza. Siguiendo las huellas de mis predecesores, en particular de Pablo VI y de Juan Pablo II, siento intensamente la necesidad de afirmar nuevamente el compromiso irreversible, asumido por el Concilio Vaticano II y continuado a través de los últimos años, gracias también a la acción del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. El camino hacia la plena comunión querida por Jesús para sus discípulos implica una docilidad concreta a lo que les dice el Espíritu a las Iglesias, valentía, dulzura, firmeza y esperanza para llegar hasta el final. Implica, ante todo, la oración insistente y con un solo corazón, para lograr del Buen Pastor el don de la unidad para su grey.

¿Cómo es posible no reconocer con espíritu de agradecimiento a Dios que nuestro encuentro tiene también el significado de un don que nos ha sido concedido? Cristo, príncipe de la Paz, ha actuado entre nosotros, ha infundido con generosidad sentimientos de amistad, ha atenuado las discordias, nos ha enseñado a vivir con una mayor actitud de diálogo, en armonía con los compromisos propios de quienes llevan su nombre. Vuestra presencia, queridos hermanos en Cristo, más allá de lo que nos divide y de lo que obscurece nuestra comunión plena y visible, es un signo de participación y apoyo al obispo de Roma, que puede contar con vosotros para continuar el camino con esperanza y para crecer hacia Él, que es la Cabeza, Cristo.

En esta ocasión tan particular, que nos reúne precisamente al inicio de mi servicio eclesial acogido con temor y confiada obediencia al Señor, os pido a todos vosotros que deis conmigo ejemplo de ese ecumenismo espiritual, que en la oración realiza sin obstáculos nuestra comunión.

Os transmito a todos vosotros estos deseos y estas reflexiones junto a mis más cordiales saludos para que, a través de vuestras personas, puedan ser transmitidos a vuestras iglesias y comunidades eclesiales.