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Nuestros obispos venezolanos…

Carta Pastoral Colectiva
Del Episcopado Venezolano

En el Año de la Eucaristía

A los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos

¡Salud y paz en el Señor!

“Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos,
pues todos participamos de un mismo pan” (1 Cor 10, 17)

I. INTRODUCCIÓN
1. “La Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía”[1]. Estas palabras de la Encíclica La Iglesia y la Eucaristía nos recuerdan el vínculo entre la celebración del sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor y la edificación del Cuerpo Místico. Por eso, la feliz iniciativa del Romano Pontífice de celebrar un año en honor a la Eucaristía es también ocasión para meditar sobre nuestra propia edificación como comunidad cristiana que peregrina en las distintas iglesias particulares de Venezuela.

2. Ya desde hacía tiempo el Papa nos venía preparando a esta celebración: al aproximarse el año 2000, expresó el deseo de que el Gran Jubileo fuese “intensamente eucarístico”[2]. En 1998, con la Carta Apostólica El Día del Señor[3], quiso recordar a la Iglesia universal la fundamental importancia de la Eucaristía dominical como expresión más perfecta de la asamblea del pueblo de Dios en torno a la mesa del Señor. El Jueves Santo de 2003 publicó la Encíclica La Iglesia y la Eucaristía, para establecer una vez más a los ojos de todos el nexo indisoluble que une al Augusto Sacramento con la naturaleza y vida de la Iglesia. Posteriormente, a consecuencia de esta Encíclica, fue publicada la Instrucción El Sacramento de la Redención[4], sobre la correcta celebración de la Santa Misa. Finalmente, en octubre pasado, el Papa nos dirigió el hermoso mensaje Quédate con nosotros, Señor[5], con el cual convocó oficialmente el Año de la Eucaristía en toda la Iglesia Católica.

3. Como se verá más adelante, la Iglesia en Venezuela tiene un especial compromiso con Jesús Sacramentado, siendo nuestra Patria una nación consagrada a Él. Este año nos depara una exclusiva oportunidad para demostrarle nuestra pertenencia, y para profundizar en el amor a la Eucaristía, de manera que su efecto se evidencie cada día más en nuestra vida personal y comunitaria. Nuestra Carta va a ofrecer a la Iglesia en Venezuela una reflexión sobre su experiencia eucarística, con la proposición de actividades que nos hagan unirnos más a Jesús Sacramentado.


II. NATURALEZA DE LA EUCARISTÍA.

a) Origen: la voluntad y el corazón de Cristo.

4. Nuestro Señor Jesucristo, queriendo perpetuar en el mundo su presencia como Verbo encarnado y dejarnos el memorial de su misterio pascual, dispuso quedarse Él mismo, sacramentalmente presente bajo las apariencias del pan y del vino. Él ya había prometido esta presencia en el discurso del Pan de Vida (Jn 6) y la noche antes de padecer celebró la Eucaristía en la cena de Pascua que tuvo con sus discípulos. Las palabras “hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19), constituyeron a los apóstoles en sacerdotes de la Nueva Alianza, para que celebraran el mismo misterio que el Señor instituyó la víspera de su muerte[6].

5. La intención de instituir la Eucaristía la noche del Jueves Santo fue anticipar, de manera fraterna y sacramental, el sacrificio que el Viernes haría Jesús de sí mismo en la cruz, pues la separación del pan y el vino es signo de la muerte, es decir, de la entrega de su cuerpo y el derramamiento de su sangre por nuestra salvación. Pero en la Eucaristía no hay un cuerpo muerto, sino la persona del Verbo encarnado en Cristo, en la misma humanidad física que tomó de la Virgen María, y que vive para siempre después de su resurrección. La Eucaristía es, pues, el memorial sacramental de la muerte del Señor en la cruz y de su resurrección de entre los muertos (Cf. 1 Cor 11, 26). Es el mismo sacrificio de la cruz, cuya eficacia santifica a los hombres de todos los tiempos y lugares. La Iglesia profesa y predica que en la Eucaristía está verdaderamente el Cuerpo y la Sangre del Señor, no de manera simbólica y representativa, sino real. Allí está el Señor en Cuerpo, Sangre, alma y divinidad[7].

b) El Sacramento de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y del cristiano.

6. La Iglesia vive de la Eucaristía, que encierra en síntesis el núcleo de su ser. En este sacramento ve realizada la promesa del Señor: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). La presencia de este divino Sacramento ha marcado, desde sus inicios, los días de la Iglesia, llenándola de esperanza[8]. La Iglesia apostólica se nos presenta como modelo de comunidad eucarística, pues los fieles “se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). La Misa, ofrecida por el sacerdote y participada por los demás fieles, es nuestra oración más sublime, la más gozosa acción de gracias, anticipo de la gloria celestial, alimento que fortalece a los cristianos y causa de la unidad y de la fraternidad de la Iglesia[9]. Por eso el Concilio Vaticano II enseña que el Sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda la vida cristiana”[10]. Con el Santo Sacrificio de la Misa, al hacer presente el único sacrificio de Cristo, la Iglesia incluye la ofrenda de sí misma. Ella ha de encontrar la razón y el vínculo de su unidad más sólida en la celebración eucarística.

7. La Eucaristía es llamada “sagrado banquete”[11], y es éste el aspecto más evidente de la celebración eucarística, puesto que este sacramento fue instituido en el contexto de la cena pascual, y en consecuencia conlleva en su estructura el sentido del convite. Se trata de un banquete que expresa y alimenta la comunión. “Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos debemos desarrollar recíprocamente”[12]. La comunión con Jesús Eucaristía no es auténtica si no comporta la comunión con los hermanos.

8. Al recibir el Cuerpo del Señor, el cristiano entra en comunión con Él, es decir, en la unión más íntima con Dios que es posible en este mundo[13]. El Señor mismo, el Creador de cielos y tierra, viene a nosotros en la forma humildísima del pan y del vino consagrados, para que nosotros, recibiéndolo con fe, vivamos de su vida, caminemos en su presencia y gustemos anticipadamente la alegría del banquete del reino[14]. Para cada fiel cristiano, la recepción de la Eucaristía se convierte en un “proyecto de vida”, es decir, un modo de ser fundamentado en las actitudes del mismo Jesucristo, que se ofreció a sí mismo por nosotros (Cf. Fil 2, 5-8). Dentro de este contexto se ponen de relieve las actitudes de obediencia a la Palabra, oblatividad, sacrificio, comunión y solidaridad.

c) Culto a la Eucaristía fuera de la Misa.

9. En la Iglesia antigua la Eucaristía normalmente se consumía dentro de la misma celebración, y sólo se reservaba para llevarla a los enfermos y a los encarcelados. Esta reserva se hacía en privado, en estuches o cofres preciosos. A partir del siglo XIII, el Santísimo Sacramento se empezó a reservar también en las iglesias. De allí a la veneración pública de la Eucaristía se pasó de manera sencilla y natural, pues si reconocemos la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, y si sabemos que esa presencia no es fugaz o momentánea, sino mientras subsistan las especies[15], es lógico que dirijamos a la Eucaristía la actitud de adoración que se debe a la presencia misma del Señor.

10. Surgen, pues, a partir de esa época, las manifestaciones de honra pública a la Eucaristía: la exposición del Santísimo Sacramento, las procesiones por las calles, los himnos de alabanza a la Eucaristía, el canto del Te Deum en presencia de la Divina Majestad, las horas de adoración ante el Sagrario, el Monumento del Jueves Santo, las Cuarenta Horas[16]. De este culto decía Pablo VI: “Al ser conservada la Eucaristía en las iglesias y oratorios, Cristo es realmente el Emmanuel, es decir, el «Dios con nosotros». Porque día y noche está en medio de nosotros, vive con nosotros, lleno de gracia y de verdad”[17].


III. LA EUCARISTÍA Y VENEZUELA

a) Aprecio por la Misa. Veneración al Santísimo Sacramento.

11. Como es natural, la celebración eucarística caracterizó la vida de las comunidades cristianas sembradas en el territorio venezolano desde la llegada del Evangelio. El luminoso paisaje de nuestras playas, montañas y sabanas, y más tarde humildes capillas de bahareque y paja fueron el escenario de esas primeras eucaristías. En la ciudad de Coro, primera sede episcopal de nuestro país, se conserva un monumento a la primera misa celebrada en su suelo. En la secuencia de cinco siglos se edificaron templos que acogieron con dignidad las celebraciones litúrgicas, sobre todo la Misa. “Las celebraciones eucarísticas, principalmente las dominicales y las festivas, son momentos de gran participación de la comunidad cristiana: es el acto litúrgico por excelencia, el más conocido y solicitado, que se une a las fechas y circunstancias más diversas. Dentro de la vida de las comunidades cristianas, la celebración de este sacramento se ha visto beneficiada por distintas iniciativas que facilitan la participación”[18]. La Eucaristía ha sido origen y estímulo de la vida de fraterna comunión y caridad de nuestras comunidades. A pesar de la escasez de sacerdotes en diversas épocas y lugares, no ha disminuido en el pueblo el aprecio por la Eucaristía y la sed de su celebración. En la actualidad es necesario promover aún más este fervor eucarístico, que se ve amenazado por factores adversos.

12. Desde el comienzo de nuestra evangelización se educó a los cristianos en el amor y la devoción al Santísimo Sacramento. El día del Corpus Christi es solemnizado habitualmente con la procesión por las calles y los “altares” arreglados por familias e instituciones. Se acostumbra dar gran relevancia al “Monumento” del Jueves Santo, como una manera de honrar la Eucaristía en el día de su institución[19]. En muchas parroquias se celebran cada año las Cuarenta Horas, y de forma periódica otros modos de adoración al Santísimo Sacramento. Existen desde el siglo XVI cofradías del Santísimo en diversas ciudades de Venezuela. Para inculcar en el ánimo del pueblo la fe en la presencia real los evangelizadores promovieron expresiones populares como los Diablos danzantes, que han llegado a ser un elemento integrante de la cultura y el folklore en varias regiones del país. La costumbre de llevar la Eucaristía a los enfermos y el Viático a los moribundos tiene en muchos lugares un sentido y solemnidad profundos, con ornato especial no exento de belleza y devoción. Desde finales del siglo XIX se incrementó con fuerza el culto y adoración a la Eucaristía, que culminó con la consagración de la República al Santísimo Sacramento, y en 1907 con el I Congreso Eucarístico Nacional. A mediados del siglo XX las diócesis y los movimientos de apostolado promovieron campañas para la comunión pascual, sobre todo entre los varones adultos, que con frecuencia descuidaban la recepción de este sacramento.

13. Existe en Venezuela la costumbre de solemnizar con la exposición del Santísimo y el canto del himno Te Deum fechas históricas de la República, como acción de gracias o súplica en fiestas patrias, en el comienzo de un nuevo período de gobierno, así como en la superación de calamidades o desgracias públicas. Aún hoy, pese al cambio de la sensibilidad social, se conserva en muchos lugares esta costumbre, que señala con un acto de fe las efemérides o las necesidades públicas. En ocasión de ciertas solemnidades se suele entonar el Himno Nacional después de la consagración.

b) Venezolanos que se destacaron por su devoción eucarística.

14. El pueblo cristiano ha participado siempre con alegría y sencillez en la celebración eucarística y ha cultivado la devoción al Santísimo Sacramento. En este particular se han destacado ayer y hoy muchos connotados católicos. Es conocida la acendrada piedad eucarística de la Madre María de San José, primera beata venezolana. Ella decía que prefería cualquier sufrimiento a verse privada un solo día de la comunión. De manera semejante, muchos clérigos, religiosos y laicos nos han dejado ejemplo luminoso de amor a Jesús sacramentado, entre los cuales puede mencionarse al Venerable Dr. José Gregorio Hernández, a los grandes prelados Juan Bautista Castro, Arzobispo de Caracas (fundador de la Congregación de Siervas del Santísimo Sacramento), Salvador Montes de Oca, Obispo de Valencia y Arturo Celestino Álvarez, Obispo de Calabozo, así como a la Madre Carmen Rendiles, la Madre Emilia de San José, la Madre Candelaria y muchos otros.

15. El Libertador, al igual que la mayoría de nuestros próceres, fue educado en la religión católica y en el aprecio de sus enseñanzas e instituciones. De ello dio suficiente prueba durante sus campañas militares y sobre todo en sus años de estadista. El Diario de Bucaramanga, obra de Perú de Lacroix, narra detalladamente la vida de Bolívar durante un breve período (desde el 2 de mayo hasta el 26 de junio de 1828). Por ese Diario consta que el Libertador no dejó pasar un solo domingo, durante esos meses, sin asistir a la Misa[20].

c) La Eucaristía en el arte y en la literatura.

16. No podía dejar de manifestarse la devoción eucarística en la composición de Misas y piezas musicales destinadas a honrar al Señor sacramentado, como son diversos motetes e himnos, obra de nuestros compositores antiguos y modernos. José Ángel Lamas, Juan de Meserón, Vicente Emilio Sojo, Evencio Castellanos, Pedro Nolasco Colón y Juan Bautista Plaza son estrellas de esta constelación de la música sacra venezolana. Sus obras son parte del tesoro musical venezolano, que se ha ido acrecentando a lo largo de los siglos, y que sigue enriqueciéndose con nuevas composiciones.

17. De modo semejante, los artistas plásticos han encontrado en la Eucaristía un tema inagotable para sus obras, al representar no sólo las escenas evangélicas relacionadas con este sacramento (multiplicación de los panes, Última Cena...) sino también momentos importantes de la vida eucarística de los fieles, como la celebración de la Misa, la primera comunión, el viático o las procesiones con el Santísimo Sacramento. Tenemos deuda de gratitud para Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Tito Salas, Cruz Armando Fagúndez, varios pintores anónimos coloniales y los pintores populares contemporáneos.

18. Nuestros literatos, clérigos y laicos, han dedicado piezas memorables de poesía y prosa a ensalzar el misterio eucarístico, o a poner de relieve las sencillas costumbres de nuestro pueblo con respecto al Sacramento del Altar. En esta galería de divinas palabras para la Eucaristía vemos a Cecilio Acosta, el Pbro. Carlos Borges, Andrés Eloy Blanco, Ana Enriqueta Terán y Mons. Luis Eduardo Henríquez Jiménez.

d) Venezuela, país consagrado al Santísimo Sacramento.

19. A finales del siglo XIX, después de la difícil situación que debió afrontar la Iglesia durante la Independencia y la primera época republicana[21], y en vista de las nuevas perspectivas que se vislumbraban, surgió la iniciativa de consagrar la República al Santísimo Sacramento. El culto a Jesús sacramentado estaba teniendo entonces gran incremento, especialmente desde la fundación de la adoración perpetua en la Iglesia de Las Mercedes, en Caracas, en 1882. Pero el principal propulsor de la consagración oficial fue el Pbro. Juan Bautista Castro, capellán de la Santa Capilla, hombre ilustre por muchos títulos y más tarde Arzobispo de Caracas.[22] Para preparar este homenaje fue constituida una Junta Nacional, la cual solicitó del Episcopado Nacional, que consagrara a perpetuidad la República a Jesús Sacramentado. Esta petición fue unánimemente acogida por los Obispos, y así, el 2 de julio de 1899 el Arzobispo de Caracas, Mons. Críspulo Uzcátegui, leyó por sí y en nombre de todos el Acto de la Consagración[23].

20. Es reconfortante comprobar cómo desde entonces la vida eclesial floreció en Venezuela. Ello se manifiesta en la creación de nuevas diócesis, así como de seminarios e instituciones educativas de todo nivel, el retorno de las órdenes religiosas y la fundación de institutos femeninos de vida consagrada. Momento de singular trascendencia fue la firma del Convenio entre la Sede Apostólica y la República de Venezuela, instrumento jurídico por medio del cual se ha regulado la relación Iglesia – Estado desde 1964 hasta nuestros días. Desde entonces hasta hoy, la Iglesia ha realizado la reforma promovida por el Vaticano II, fundó la Conferencia Episcopal Venezolana, y ha planificado sucesivos planes conjuntos de pastoral; han florecido los movimientos laicales y las vocaciones sacerdotales y religiosas. El Santo Padre nos ha visitado en dos ocasiones, presidiendo multitudinarias celebraciones de la Eucaristía nunca vistas. Actualmente se lleva a cabo en nuestro país el Concilio Plenario Nacional, con cuyas orientaciones la Iglesia en Venezuela espera adentrarse en el III Milenio cristiano.

21. Muchos frutos de este renacer tienen que ver directamente con el culto al Santísimo Sacramento, a saber: la creación de institutos de vida consagrada con un carisma específicamente eucarístico; la extensión de los movimientos eucarísticos con análoga orientación; la fundación de santuarios para la adoración perpetua en diversos lugares del país; la celebración de los congresos eucarísticos de 1907, 1925 y 1956. El último de estos congresos fue también el II Bolivariano.

IV. CELEBRACIÓN DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA.

a) Nuestra actitud ante la Eucaristía.

22. Espiritualidad eucarística. Antes de programar diversas actividades relativas a este año festivo debemos revisar la calidad de nuestra fe y nuestra espiritualidad eucarística. El Año de la Eucaristía propuesto por Su Santidad el Papa es una oportunidad providencial para profundizar nuestro aprecio por ese sacramento, para mantener en la gracia de Dios nuestra vida espiritual. Es necesario que este año de la Eucaristía nos lleve a un nuevo encuentro con Cristo, a adorarlo con mayor intensidad, y recibirlo con mayor reverencia en el más grande de sus dones: su divina presencia en nosotros mediante la Eucaristía, que nos llena de amor, de asombro y de gratitud.. Cada vez que en la Eucaristía recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo revivimos la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que lo reconocieron al partir el pan (Lc 24, 31)[24]. ¡Vamos a buscarlo a lo largo de este año! ¡lo encontraremos de nuevo!

23. En la escuela de María, mujer eucarística. En la experiencia creciente de la presencia y el don de Cristo en la Eucaristía vemos la compañía de María, mujer y madre eucarística[25]. De ella nació aquel “verdadero cuerpo”[26] entregado en la cruz y servido en la mesa del pan eucarístico. María es un don para nosotros, entregado por el Señor desde la cruz. “Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre”[27].

24. Eucaristía, comunión eclesial y apostolado. El Papa nos dice que la profunda relación entre Iglesia y Eucaristía refleja también los orígenes apostólicos de una y otra[28]. Nuestra comunión eucarística con Cristo, Cabeza de la Iglesia, ha de verse en la comunión eclesial: afectuosa comunión jerárquica de los obispos con el Papa, Sucesor de Pedro, y entre sí; afectuosa comunión entre los sacerdotes de cada diócesis; afectuosa comunión entre los bautizados de cada parroquia, donde vivan la fraternidad cristiana y el gozo de caminar unidos obrando la caridad y anunciando el Evangelio. El Año de la Eucaristía nos debe recordar nuestra misión de hacer presente a Cristo en nuestra comunidad y compartir con los demás el don de salvación que nos ha otorgado. Como el Santo Padre ha dicho, “Todo el que encuentra a Cristo en la Eucaristía no puede dejar de proclamar en su vida el amor misericordioso del Redentor”[29]. Invitamos, pues, a los fieles católicos de Venezuela a hacer de la Santísima Eucaristía el centro de sus esfuerzos evangelizadores y proyectos pastorales. Tenemos la esperanza de que en este año llegaremos a ser más profundamente una nación de corazón eucarístico. El compromiso personal de cada uno de nosotros es fundamental para cambiar, para amar y servir.

25. Eucaristía y amor fraterno. En el contexto de la Última Cena, el Señor lavó los pies a sus discípulos, como signo de la actitud de servicio que ha de caracterizar a quienes se acercan a su mesa (Jn 13, 1-17). Preguntémonos después de comulgar ¿la presencia eucarística de Cristo en nosotros se refleja en nuestra vida cotidiana? ¿nuestra participación en la Eucaristía “nos impulsa al amor al prójimo, al amor a todo hombre”?[30] ¿Pueden los demás ver el efecto de la Eucaristía en nuestro amor hacia ellos, nuestra preocupación por difundir la paz y la fraternidad en nuestro entorno? El amor que el Señor nos ha enseñado con su ejemplo en la Cruz y en la Eucaristía debe renovar nuestras personas y comunidades, así como la sociedad entera en que vivimos en sus diversos aspectos: morales, educativos, científicos, culturales, laborales y políticos. Debe manifestarse especialmente en el empeño de servir a todos, y con mayor amor a los más pobres.

26. Eucaristía y sacerdocio: Sin el sacerdocio ministerial no habría Eucaristía y no habría Iglesia. Nuestra celebración del año de la Eucaristía debería hacernos reflexionar en el sacerdocio como servicio a ese sacramento y a la comunión eclesial. En La Iglesia y la Eucaristía el Papa clarifica el lugar del sacerdocio: “es un don que (la asamblea) recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles”[31]. Esto debe hacernos insistir en la costumbre tradicional de orar por las vocaciones sacerdotales ante la presencia del Señor sacramentado, sobre todo en este año decretado por el Episcopado como tiempo especial para la oración por las vocaciones y el trabajo por descubrirlas y apoyarlas.

27. Eucaristía y escatología. La Eucaristía, finalmente, es prenda y garantía de la vida eterna, y modo en que se hace presente en medio de nosotros la gloria del cielo. En cada Eucaristía tocamos la esperanza que alienta nuestro caminar. En ella envolvemos nuestra vida entera: la familia, el ministerio sacerdotal, el trabajo, el gozo, el dolor y la alegría, presentándolo todo con el pan y el vino transustanciados en Cristo. No obstante, la Eucaristía nos recuerda cada día que nuestro patria definitiva no está en este mundo, sino con Dios en Jesucristo. Así, en medio de los acontecimientos, angustias y sufrimientos de esta vida presente, la Eucaristía aviva nuestra esperanza y fortalece nuestra fe.

b) Actividades a nivel nacional.

28. Se solicitará a la Sede Apostólica la institución de la Fiesta litúrgica de la Consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento, como recuerdo del Gran Voto Nacional que nos vinculó de manera singular como nación a Jesús Eucaristía. Esa fiesta se celebrará cada 2 de julio. Para ello contamos con un formulario de Misa y Oficio divino presentado por la Comisión de Liturgia y aprobado por la Conferencia Episcopal, y que será presentado a la consideración de la Sede Apostólica.

29. Aparte de la celebración parroquial de las Cuarenta Horas en las fechas tradicionales para cada lugar, se tendrá en todas las parroquias una exposición prolongada del Santísimo Sacramento los días 26, 27 y 28 de mayo. Cada uno de estos días tendrá un tema específico: la institución de la Eucaristía, la Eucaristía y la Iglesia, la Eucaristía y el sacerdocio. Esta actividad culminará el día 29, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, con una solemne procesión en cada sede diocesana.

30. Se promoverán exposiciones de obras artísticas con tema eucarístico, así como conciertos y recitales en los que se ejecuten composiciones musicales antiguas y modernas en honor al Santísimo Sacramento.

31. Culminaremos de manera solemne este año el día 22 de octubre, con una Misa concelebrada por el Episcopado Nacional en ocasión de la solemne clausura del Concilio Plenario de Venezuela.

32. Anunciamos a todos los fieles católicos la celebración de un Congreso Eucarístico Nacional en el año 2006, para conmemorar el cincuentenario del Congreso Eucarístico de 1956. Será éste un testimonio público de nuestra fe eucarística. Este Congreso será precedido por actividades análogas en las diócesis o en las provincias eclesiásticas.

33. Exhortamos a los institutos de vida consagrada, en especial a los que tienen un carisma específicamente eucarístico, a unirse a la celebración de este Año con la participación en las actividades propuestas y con su propia programación.

c) Actividades a nivel diocesano y parroquial.

34. Salva la competencia de cada obispo diocesano para promover en su Diócesis las actividades que tenga a bien para solemnizar el Año de la Eucaristía, a continuación se hacen varias propuestas para ayudarnos a poner la Eucaristía más plenamente en el centro de nuestras vidas y de nuestra misión como Iglesia.

35. Estudio y profundización. Este año es una oportunidad para ilustrar y profundizar nuestra fe en la Eucaristía. Conviene que las instituciones educativas y las parroquias organicen actividades para estudiar este sacramento en sus aspectos bíblico, litúrgico y teológico. De modo particular es necesario dedicar tiempo al estudio de los documentos magisteriales sobre la Eucaristía, a lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre esta materia y al documento del Concilio Plenario sobre La Celebración de los Misterios de la Fe. Los sacerdotes y diáconos harán de la Eucaristía un tema frecuente de su predicación[32]. Insístase de manera particular en la formación de los ministros extraordinarios de la sagrada comunión, de acuerdo a las directrices de la Iglesia. En la catequesis hágase lo posible por ayudar a las personas de todas las edades a entender el significado de la Eucaristía y su lugar central en la vida católica. Los catequistas planifiquen sesiones especiales sobre la Eucaristía para los niños y jóvenes catequizandos. Recuérdese siempre que la catequesis es presupuesto necesario para la debida participación en las celebraciones sacramentales.

36. Celebración de la Eucaristía. Animamos a quienes dirigen nuestras parroquias y comunidades a hacer cada vez más de la celebración diaria de la Eucaristía la fuente y la cumbre de la vida de fe y del compromiso de caridad fraterna[33]. El año de la Eucaristía es también un tiempo para revisar nuestro cumplimiento de las normas litúrgicas. Es cierto que en la gran mayoría de las parroquias se observan con fidelidad las normas sobre la celebración de la Eucaristía y sobre la comunión. Sin embargo, el año de la Eucaristía proporciona un tiempo propicio para revisar el decoro de la celebración eucarística, su naturaleza comunitaria, la debida participación en ella, así como las condiciones para recibir la sagrada comunión, especialmente el estado de gracia del comulgante. Los sacerdotes, diáconos, ministros y seminaristas procuren estudiar con detenimiento la nueva Ordenación General del Misal Romano. De acuerdo a las directrices emanadas por el Concilio Plenario, promuévanse en las parroquias los equipos de liturgia, para incentivar una mejor preparación de la liturgia en general y de la Eucaristía en particular[34]. De este modo nuestras celebraciones eucarísticas serán más participadas, festivas, gozosas y significativas.

37. Especial relieve tendrán este año la celebración de la Misa de la Cena del Señor; la oración ante el Monumento; la Misa y procesión en el día del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Dése una particular importancia a la celebración de las primeras comuniones que se tengan a lo largo de este año, así como a la comunión de los enfermos, inserta dentro de la atención pastoral que se les presta.

38. El Día del Señor. El deber de asistir a la Eucaristía dominical es la lógica consecuencia de la centralidad de este misterio para la vida cristiana. Participar en la celebración dominical de la Eucaristía no debe sentirse nunca como una carga, sino como una invitación amorosa de nuestra Madre, la Iglesia, a que nos alimentemos a la doble mesa de la Palabra y del Pan de Vida. Como el Santo Padre nos ha recordado varias veces, el más serio desafío a nivel parroquial es el de promover la participación en la Misa dominical. Pedimos a los párrocos y demás agentes de pastoral atender de modo especial a esta necesidad, y crear nuevos modos para exhortar a los fieles a la práctica regular de su fe[35]. Que la Eucaristía parroquial sea ocasión de evangelización y poderoso estímulo para ir en busca de los alejados. Hágase ver que el Señor los espera a su mesa, y que su presencia y participación enriquecerá la asamblea litúrgica.

39. Adoración eucarística y oración. Recomendamos que en las parroquias se dedique un tiempo diariamente a la adoración de Jesús en la Eucaristía[36]. Algunas iglesias tienen la adoración perpetua, la adoración nocturna, las Cuarenta Horas anuales o al menos la Hora Santa del día jueves y de los primeros viernes: esperamos que muchas más inicien estas hermosas devociones, “para dedicar tiempo a la conversación espiritual, la adoración silenciosa, el amor a Cristo presente en el Santísimo Sacramento”[37]. La experiencia demuestra que las devociones eucarísticas marcan una profunda diferencia en el ambiente espiritual de una parroquia, así como un notable incremento de la participación en la Misa y en los diversos servicios parroquiales.

40. Es importante que las parroquias y centros pastorales lleguen a ser unas comunidades más fervientes de culto y adoración a Cristo presente en la Eucaristía. La meditación de la Palabra de Dios, el rezo del Rosario, los cánticos y otras formas aprobadas de piedad han conducido a muchos a una relación más cercana con el Señor sacramentado. Es fundamental que las familias sigan compartiendo la fe y la práctica eucarísticas, y la expresen en la liturgia y en sus devociones domésticas.

41. Muchos jóvenes y niños no tienen experiencia personal de la adoración del Santísimo Sacramento. Aprovéchese el año de la Eucaristía para introducirlos en el culto a la Eucaristía fuera de la Misa. Igualmente, estimúlese la piedad de las personas mayores, que crecieron dentro de esta tradición. Un medio óptimo para lograr este objetivo es la promoción de las cofradías y demás movimientos eucarísticos.

42. La reserva del Santísimo Sacramento. Normalmente, en cada celebración eucarística debe consagrarse el pan que se ha de distribuir en la misma a los fieles. Recuérdese el sentido propio de la reserva de la Eucaristía, cuyos fines principales son la comunión de los enfermos y ancianos y la oración[38]. En cada sagrario está Jesús, para ofrecerse como compañía saludable para todos. Allí podemos acudir siempre, para entablar un diálogo de amor con Él en cualquier circunstancia. Las comunidades parroquiales revisen con mayor cuidado el lugar donde se reserva la Eucaristía. ¿Es el Sagrario un sitio digno para el Santísimo Sacramento? ¿La capilla del Santísimo es un lugar adecuado para la plegaria silenciosa y recogida?[39]

43. Eucaristía y Reconciliación. La Cuaresma es un tiempo particularmente apropiado para subrayar el nexo entre Eucaristía y Reconciliación. Con el fin de promover la conversión personal necesaria en todos nosotros para participar en la Eucaristía, establézcanse unos días especiales de Reconciliación, en los que los fieles tengan a su disposición varios confesores. Esta oportunidad para recibir el sacramento del perdón se añade a las confesiones ordinarias a lo largo del año, las cuales deben ser debidamente promovidas en las parroquias.

V. EPÍLOGO: UN ACTO DE FE.

44. Concluimos estas palabras haciendo nuevamente un acto de fe en la presencia real de nuestro Señor en la Eucaristía. Cada día, en los altares de nuestras catedrales, iglesias y capillas diseminadas en todo el territorio nacional Él se hace presente nuevamente para ser nuestro alimento en el caminar hacia la Patria Eterna y para recibir el homenaje de nuestra adoración. El mismo Señor sacramentado recibió, hace más de cien años, el voto fervoroso de toda una nación, y sin duda ha venido derramando sus bendiciones sobre ella, porque Dios no se deja ganar en generosidad. En este Año en que la Iglesia universal recuerda de manera especial el sacramento de la Eucaristía ¿acaso no tenemos los venezolanos razones suficientes para dar gracias al Señor por su oculta y misteriosa protección? Pues bien, para nosotros, pastores y fieles, no sólo son motivo de reconocimiento y acción de gracias, sino también de una tranquila confianza en que esa bendición seguirá favoreciendo a la Iglesia que peregrina en Venezuela, y que continuará brillando sobre nuestra Patria el Sol de la Eucaristía, el cual derramará también sus rayos benéficos sobre las generaciones venideras.

Con nuestra bendición

Los Arzobispos y Obispos de Venezuela

Caracas, 11 de enero de 2005

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