Cuento
de Navidad 2003
Mahmoud y Leila se ven obligados a cambiar de residencia porque la
colonia israelí instalada hace unos años junto al pueblo
vuelve a crecer y absorbe sus tierras. (Única fuente d’ingresos
que tenían al haberse quedado los dos sin trabajo). También
s’han apropiado de su casa.
Abandonan su viejo coche ante la imposibilidad de pagar todos los
permisos necesarios por poderlo hacer circular hasta su lugar de destino
y cogen un taxi para recorrer Palestina desde Nablús a Ramallah,
dónde tienen familia. A la salida de Nablús tienen que
cambiar de coche porque el vehículo que les traslada no supera
el control militar . No disponen de lo suficiente dinero por pagar
a alguno de los niños que se ofrecen por llevarles las pertenencias
que cargan (todo los que les queda) con una carretilla. Tras tres
horas de cola, calor y tensión, consiguen pasar el control.
Esto y el esfuerzo han provocado que Leila note dolores de parto.
El pequeño Fàher ha decidido que también quiere
cambiar de ambiente.
Una de las ambulancias de la Media Luna Roja que menudean por la zona
a causa de los toques de queda, se ofrece por llevarles al ’hospital
de Jerusalén. Los voluntarios de la ambulancia se alegran de
no transportar ningún herido, están contentos, son momentos
dulces.
Atraviesan Palestina tan rápido como poden. Uno, dos, tres
controles militares de carretera... Una, dos patrullas de policía...
Y finalmente llegan a la cola por cruzar el muro.
Entre ellos y el hospital tan sólo hay 120 conductores, 8 metros
de cemento armado o 2 metros de valla electrificada, unas 23 armas
automáticas, 18 soldados israelíes y 4 vehículos
militares. No será demasiado complicado. Los 120 conductores
les dejan pasar, pero el resto no. Paso bloqueado.
Mientras el Mahmoud contempla el coche de un colono israelí
cruzando el muro sin ni pararse, Fàher pulsa con fuerza por
venir a este mundo. Parece que él pasará su primero
muro antes de que sus padres crucen el último.
Mahmoud se pregunta el porqué de tantas prisas por venir a
este mundo.
Leila no puede más, pide Mahmoud que la lleve a la parada de
frutas al pie de la carretera, hecha con telas de saco y hierros,
que la acoje entre higos, sandías y melones. La vendedora hace
fuera los hombres y grita sus hijas que, ante la carencia de material
proporcionado por la ambulancia y la ignorancia de los soldados, calientan
agua con la omnipresente tetera y preparan un blando de ropa y sacos
La vendedora anuncia a Leila que se prepare por dar a luz.
Hace poco más de 2000 años y más o menos por
esta época, Palestina era ocupada por los romanos. Debido al
cambio de sistema, una pareja de judíos humildes se vieron
obligados a ir de Nazaret a Belén (del norte al corazón
de Palestina) para empadronarse según la nueva administración
romana. La mujer estaba embarazada y al llegar A Belén dio
a luz. Su hijo tenía que traer la paz al mundo de los humanos.
Unos pastores avisados por un ángel y tres sabios llegados
de Oriente guiados por las estrellas adoraran el niño y le
trajeran presentes.
Esta historia llegó a orejas del gobernador de la zona (Herodes,
también de familia judía), que rápidamente ordenó
a las tropas asesinar todos los menores de dos años de la población
por evitar que el recién nacido pudiera llevar a término
la causa que divinamente se le había encomendado. Murieron
muchísimos niños pero Jesús, José y Maria
avisados por el arcàngel, consiguieron huir a Egipto
Actualmente hay mucha más pobreza a Palestina (un 60% del paro).
Hoy día hay muchos más niños que nacen en peores
condiciones de las que puede ofrecer un establo. En estos momentos,
nadie podría huir d’en ninguna parte porque hay un muro
que les rodea.
Los soldados ocupantes no hablan árabe, pero sí inglés,
hebreo, castellano, alemán... Los presentes que recibiría
el niño serian "made in Israel", país que
controla el comercio a Palestina (Por motivos de seguridad “”
el 90% de los productos que se importan a Palestina provienen de Israel,
puesto que son más “seguros”). Y si, como en el
pasado, unos extranjeros visitaran el niño, no serian bien
recibidos por la fuerza ocupando, puesto que no interesa que vean
lo que realmente pasa. (Hay un fuerte control de los medios por mantener
desinformados a los turistas y el resto del mundo).
Han pasado más de 2000 años y humanamente se ha ido
tan atrás... Hace tiempo que no hay luces a seguir al cielo
de Palestina, hace tiempo que se acallan los ángeles y que
se acusa a los niños de formar parte de un infierno impuesto.
Hace tiempo que se ha perdido el norte y que se consagran cosas que
no se lo merecen.
Por las personas y por la paz te pedimos que este año, cuando
hagas el pesebre, pienses en la Palestina del 2003 y lo manifiestes
a tu gusto. (Lazos negras, figuras giradas, muros, soldados...). Tengas
presente Palestina, tengas Palestina al presente.
Muchas gracias y paz para todo el mundo, por Navidad
y por todo el año.
El
mejor regalo de Navidad
En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento
de Educación Rusa, para enseñar moral y ética
(basado en principios bíblicos) en las escuelas públicas.
Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios, departamentos
de bombero y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de
100 niños y niñas que habían sido abandonados,
abusados, y dejados en cargo de un programa del gobierno, estaban
en este orfanato. Ellos relatan esta historia en sus propias palabras.
Se acercaban los días de fiestas Navideñas, 1994, tiempo
para que nuestros huérfanos escucharan por primera vez, la
historia tradicional de Navidad. Les contamos como María y
José llegaron a Belén. No encontraron albergue en la
posada y la pareja se fue a un establo, donde nació el niño
Jesús y fue puesto en un pesebre.
Durante el relato de la historia, los niños y los trabajadores
del orfanato estaban asombrados mientras escuchaban. Algunos estaban
sentados al borde de sus taburetes, tratando de captar cada palabra.
Terminando la historia, le dimos a los niños tres pequeños
pedazos de cartulina para que construyeran un pesebre. A cada niño
le dimos un pedazo de papel cuadrado cortados de unas servilletas
amarillas, que yo había traído conmigo pues no habían
servilletas de colores en la cuidad.
Siguiendo las instrucciones, los niños rasgaron el papel y
colocaron las tiras con mucho cuidado en el pesebre. Pequeños
pedazos de cuadros de franela, cortados de un viejo camisón
de dormir que había desechado una señora
Americana al irse de Rusia, fue usado para la frazada del bebé.
Un bebé tipo muñeca fue cortado de una felpa color canela
que habíamos traído de los Estados Unidos.
Los huérfanos estaban ocupados montando sus pesebres, mientras
yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban ayuda. Parecía
ir todo bien hasta que llegue a una de las mesas donde estaba sentado
el pequeño Misha. Lucía tener alrededor de 6 años
y ya había terminado su proyecto. Cuando miré en el
pesebre de este pequeño, me sorprendió ver no uno, pero
dos bebés en el pesebre. Enseguida llame al traductor para
que le preguntara al chico porque había dos bebés en
el pesebre. Cruzando sus brazos y mirando a su pesebre ya terminado,
empezó a repetir la historia muy seriamente.
Para ser un niño tan pequeño que solo había escuchado
la historia de Navidad una vez, contó el relato con exactitud…
hasta llegar a la parte donde María coloca el bebé en
el pesebre. Entonces Misha empezó a agregar. Inventó
su propio fin de la historia diciendo, “ y cuando María
colocó al bebé en el pesebre, Jesús me miró
y me preguntó si yo tenía un lugar donde ir. Yo le dije,
"no tengo mamá y no tengo papá, así que
no tengo donde quedarme. Entonces Jesús me dijo que me podía
quedar con El. Pero le dije que no podía porque no tenía
regalo para darle como habían hecho los demás. Pero
tenía tantos deseos de quedarme con Jesús, que pensé
que podría darle de regalo. Pensé que si lo pudiera
mantener caliente, eso fuera un buen regalo.
Le pregunté a Jesús, ¿Si te mantengo caliente,
sería eso un buen regalo?
Y Jesús me dijo, “Si me mantienes caliente, ese sería
el mejor regalo que me hayan dado".
Así que me metí en el pesebre, y entonces Jesús
me miró y me dijo que me podría quedar con El…
para siempre.”
Mientras el pequeño Misha termina su historia, sus ojos se
desbordaban de lágrimas que les salpicaban por sus cachetes.
Poniendo su mano sobre su cara bajó su cabeza hacia la mesa
y sus hombros se estremecían mientras sollozaba y sollozaba.
El pequeño huérfano había encontrado alguien
quien nunca lo abandonaría o lo abusara, alguien quien se mantendría
con el… PARA SIEMPRE.
Gracias a Misha he aprendido que lo que cuenta, no es lo que uno tiene
en su vida, si no, a quién uno tiene en su vida. No creo que
lo ocurrido a Misha fuese imaginación. Creo que Jesús
de verdad le invitó a estar junto a El PARA SIEMPRE. Jesús
hace esa invitación a todos, pero para escucharla hay que tener
corazón de niño.
Navidad en el asilo de ancianos
Esta
historia sucedió en una capital centroamericana, donde mi esposo
trabajaba como diplomático. Faltaba una semana para la Navidad
y la Asociación de esposas de los diplomáticos había
proyectado una fiesta de Navidad en el asilo de ancianos. En mi calidad
de secretaria, tuve que telefonear a todas las asociadas para pedirles
que prepararan algún plato y fueran a atender personalmente
a los ancianos. La mayoría contestaba que encantada prepararía
un pastel, pero que no tenían tiempo para asistir a la fiesta.
Me molestó constatar que tan solo ocho de treinta y cinco asociadas
dijeron que vendrían a ayudar ¡y tenemos que servir a
casi doscientos ancianos!
El día de la fiesta llegué al asilo a tiempo y Gladys
la presidenta de la asociación ya se encontraba tras la larga
mesa en la que cada una iba dejando su torta. La esposa del embajador
americano estaba preparando el ponche y cortando pasteles. Las pocas
señoras que se habían comprometido a ayudar colocaban
los adornos de Navidad, organizaban las sillas y realizaban los diversos
trabajitos necesarios para poner en marcha la fiesta.
-Qué lástima. Habría deseado que más señoras
hubieran querido ayudar. ¿Por dónde quieres que empiece?
La cálida sonrisa de Gladys casi borró mi resentimiento.
Me pidió que les llevara la merienda a los ancianos que no
podían salir de su cuarto.
-Cómo no, dije, agarrando una bandeja. ¡Será mejor
que comience pronto, pues voy a tardar un siglo en servirles a todos!
Empezó la música y no sé quién se puso
a cantar villancicos con los ancianos, que estaban todos reunidos
en el inmenso patio del establecimiento. Yo no tenía tiempo
de escuchar ni disfrutar las canciones.
Me pasé la tarde corriendo de un lado a otro, llevando pasteles
y ponche, sin mirar casi ni de reojo a los pacientes que servía.
A cada uno le daba además una bolsa de caramelos y un regalo.
Recorrí todas las alas del edificio, me dolían las piernas
de subir las escaleras. Una de las tantas veces que subí, una
viejita que llevaba un vestido estampado, rasgado y desteñido
me tocó el brazo y me dijo tímidamente:
-Perdone, señorita. ¿Tendría la bondad de cambiarme
el regalo?
Me volví hacia ella irritada y repliqué:
-¿Cambiarle el regalo? ¿Por qué? ¿Es que
le tocó uno de hombre?
-No, no... dijo vacilante. Es que me tocaron perlas. Las perlas representan
lágrimas y yo ya no quiero más lágrimas.
Pensé: ¡Qué superstición más tonta!
¡Hay que ver cómo está el mundo!
¡Deberían agradecer cualquier cosa que les dieran!
-Lo siento. Ahora estoy muy atareada. A lo mejor después se
lo puedo cambiar.
Me fui corriendo para llenar otra vez la bandeja y me olvidé
al instante de la señora.
Con la bandeja llena de tortas llegué corriendo a la sección
de mujeres, en la planta baja. Abrí la puerta del cuarto A-14
apoyándome de espaldas y una vez dentro, di la vuelta; cuando
ví lo que había allí, me estremecí de
tal modo que la bandeja me empezó a temblar en mis manos. ¡En
aquel cuarto feo y deslucido, acostada en un camastro de sábanas
grises y con un camisón raído, estaba mi madre! ¿Mamá?
¡No puede ser! ¡Mamá está muerta! y de estar
viva, no se encontraría en un lugar así. Se trataba
de un asilo para ancianos sin familia, gente pobre y enferma que no
tenía donde estar ni quien la cuidara.
No podía ser; los ojos me estaban haciendo una jugarreta. Cuando
volví a abrirlos pude ver mejor a la mujer demacrada que ocupaba
el cuarto. No era mi madre, sino una viejita de cabello gris y ojos
azules, que ni se parecía mucho a ella. ¿Qué
me habría pasado que pensé que esa pobre mujer era mi
madre?
Sería la madre de otro, no la mía. Entonces, ¿por
qué no me sentí aliviada?
Todo lo contrario, me embargó un dolor inmenso y se me hizo
un nudo en la garganta.
Sin pronunciar palabra, volví a salir justo a tiempo para que
no me viera llorar.
Por el oscuro pasillo retorné a la mesa en la que se encontraba
Gladys trabajando, muy animada. Se me debía notar lo mal que
me sentía, porque su expresión cambió en cuanto
me vio y me dijo:
-¿Qué te pasa, Betty? me preguntó, rodeándome
con el brazo.
-Es que vi a mi madre... dije sollozando. ¡Acabo de ver a mi
madre allí en un cuarto! No puedo seguir.
-Lo que te pasa es que estás agotada. Tómate un descanso.
Varias personas que se encontraban por allí cerca empezaron
a mirarme.
Agarré una servilleta y me fui corriendo para que no me vieran
llorar.
Me dirigí a un descansillo de la escalera del ala masculina,
donde no había luz y me senté en el rincón, sollozando.
Señor recé, ¿qué me pasa? ¿Me estoy
volviendo loca?, y casi al instante oí Su respuesta, que no
me llegó con palabras audibles sino en mis pensamientos: «Y
si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres... y
no tengo amor, de nada me sirve.» (1Cor.13:3)
Caí en la cuenta de que esas palabras iban sin duda alguna
dirigidas a mí. Ese día yo había preparado tortas,
caminado kilómetros, llevado comida a muchas personas, pero,
¿para qué? ¿A quién había estado
sirviendo? ¿A quién había tratado con cariño?
¡Ni siquiera me había molestado en mirar a nadie! Los
ancianos no significaban nada para mí, ni veía sus rostros...
hasta que vi en alguien que sufría el rostro amado de mi madre.
Entonces cobraron vida para mí los ancianos.
-Perdóname, Señor dije en voz baja. Lo he hecho todo
al revés. Tengo que volver a empezar.
Respiré profundamente, me enjugué las lágrimas
y volví a la mesa de los pasteles. Gladys me miró desde
donde estaba ocupada y me dijo:
-Ya has hecho bastante por hoy, Betty. ¿Por qué no te
vas a casa a descansar? A partir de ahora nos las podremos arreglar
con las que estamos.
-No me pidas que me vaya le respondí. En realidad recién
voy a empezar como debe ser.
Cuando estaba a punto de irme cargando otra bandeja, de pronto me
acordé:
-Gladys, ¿tienes otro regalo para señoras? Tengo que
cambiar uno.
Ella me pasó una cajita que contenía un broche de piedras
rojas con forma de corazón.
Gracias, es ideal le dije, agarrándola y alejándome
deprisa hacia el patio.
Haz que encuentre a esa mujer, oré para mis adentros. Ni me
había molestado en mirarle la cara. Había estado demasiado
ocupada para prestarle alguna atención y pasé de largo,
como hicieron el levita y el sacerdote en la historia del buen samaritano.
Busqué entre todos los ancianos, de fila en fila. A todos se
les veía contentos, cantando villancicos mientras resonaba
la música. Por primera vez en todo el día me empecé
a sentir feliz.
Entonces vi el andrajoso vestido estampado. La señora estaba
sentada contra la pared, sola, teniendo en su regazo los caramelos
sin desenvolver y las perlas. Se veía muy triste y desdichada.
Me acerqué corriendo.
La busqué por todas partes. Tome, le traje un regalo diferente.
Alzó la vista sorprendida y luego, casi como quien pide perdón,
agarró la caja y la abrió. Los ojos se le iluminaron
como un árbol de Navidad y sonrió de oreja a oreja encantada.
-Muchas gracias señorita, exclamó, es muy bonito.
De nuevo se me hizo un nudo en la garganta, pero esta vez no me importó.
Deje que se lo coloque le dije. Y déme esas perlas, que ninguna
falta nos hacen las lágrimas en Navidad.
Cuando me fui, la dejé cantando en el patio con los demás
y me dio la impresión de que se me quitaba un peso tremendo
de encima.
Sólo me quedaba una cosa por hacer antes del fin de la fiesta:
volver al cuarto A-14. De alguna forma tenía que darle las
gracias a aquella paciente, pero no sabía cómo. Cuando
empujé la puerta, me encontré a la señora sentada
en la cama, comiéndose la torta y cuando entré sonrió.
-Feliz Navidad mamita, le dije.
Qué bueno que haya vuelto me contestó. Quería
darles las gracias a todas las señoras por venir y hacernos
la fiesta. Me gustaría hacerle un regalo, pero no tengo nada
que le pueda dar. ¿Le puedo cantar una canción?
Ya no me podía contener más y asentí con la cabeza.
Me senté en la cama mientras ella me interpretó, con
voz chillona, tres estrofas de una canción de lo más
triste y de lo menos navideña que he oído en la vida.
Pero el resplandor de sus ojos pudo más que la letra y dejó
bien claro el mensaje de la Navidad: ¡dichosa tierra!
Una estrella de luz
Fabián,
siempre esperaba con gran entusiasmo que llegara el fin de semana.
Los viernes, apenas salía del trabajo, iba hasta su casa, preparaba
la mochila con las cosas necesarias para acampar y algunos alimentos,
medicamentos y ropa que había juntado entre los amigos. Tomaba
el colectivo hasta el Tigre, y llegaba con el tiempo justo para subir
a la última lancha que lo llevaba hasta el camping. Sábado
y domingo se dedicaba a recorrer la zona en un pequeño bote
para conversar con las familias y compartir con ellas las cosas que
había llevado. Al mismo tiempo, aprovechaba para hacer una
lista de necesidades para tratar de resolverlas durante la semana.
Ayudaba a los chicos en las tareas -porque muchos de los papás
no sabían leer ni escribir- y los alentaba para que no dejaran
de estudiar, aunque sabía lo difícil que era para ellos
ir todos los días en lancha hasta la escuela.
Feliciano, el administrador del camping ya lo conocía y lo
esperaba con un plato de sopa caliente los días de invierno,
y una ensalada con algún fiambre cuando hacía calor.
Fabián compartía la sencilla comida con él, y
después armaba su carpa en el lugar más alejado, cerca
del río. Amaba las noches despejadas, para tirarse boca arriba
sobre el pasto y contemplar las estrellas.
Se pasaba horas enteras contándolas, poniéndoles nombres
e imaginando dibujos en el cielo.
Cierta noche estaba así tirado, disfrutando de un cielo maravilloso
en el que podía distinguir hasta la estrella menos brillante
(esas que no se pueden ver en la ciudad), sin nubes, con la temperatura
ideal -ni frío ni calor- cuando, de pronto, le pareció
que una estrella se movía. Él había oído
muchas veces de estrellas fugaces y, en un primer momento, no se extrañó.
Pero, al seguir mirando descubrió que la estrella parecía
dudar. Se movía para un lado y después para el otro.
Como si fuera una persona que no sabe si cruzar una calle o no. Se
mantuvo en ese juego durante unos minutos. Fabián se fue incorporando
de a poco hasta quedar de pie, sin poder quitar la vista de esa estrella
tan extraña. Quizá no sea una estrella, pensó.
¿Será un OVNI?
Después de unos instantes, la estrella, que realmente parecía
dudar, se decidió y se precipitó hacia la tierra. Fabián
se dio una gran susto, porque creyó que se le iba a caer encima,
y se agachó. Le pareció que había caído
muy cerca, detrás de unos árboles.
«No puede ser; las estrella no caen así, debe tratarse
de otra cosa; esto es imposible, seguramente es una ilusión
óptica por estar fijando tanto tiempo la vista...»
Fabián trataba de convencerse de que no había pasado
nada y ni siquiera miraba hacia los árboles donde supuestamente
había visto caer la luz. Sin embargo, su curiosidad fue más
grande. «Si no fue nada, ¿qué pierdo con ir a
ver?», se justificó.
Se dirigió, entonces, hacia ese lugar tratando de no hacer
ruido.
Llegó hasta donde había varios árboles caídos
que formaban un claro.
Entonces, la vio.
No podía creerlo. Se frotaba los ojos, porque creía
que estaba soñando; o hipnotizado; o sugestionado... Sentada
en un tronco, con la cabeza apoyada en un brazo y una pierna doblada
sobre la otra, se encontraba una estrella. Tenía una expresión
de gran tristeza y a Fabián le pareció ver una pequeña
lágrima que le caía por la mejilla.
Tuvo miedo, pero el temor fue desapareciendo al contemplarla tan desamparada
y triste. Se acercó despacito y le dijo:
-Disculpe, no entiendo qué está pasando, pero me da
mucha pena verla así.
¿Quién..., o qué es usted? ¿La puedo ayudar
en algo?
La estrella levantó los hombros como diciendo que ya nada le
importaba y giró hacia el otro lado.
-De verdad señora, no me gusta dejarla acá sola y tan
triste; quizás pueda hacer algo para ayudarla (Fabián
apenas se daba cuenta de lo asombroso de la situación. No todos
los días se conversa con una estrella; pero no le quedaba más
remedio que hacerlo).
Después de un rato, la estrella le dijo:
-Te agradezco, pero lo dudo. No creo que nadie pueda ayudarme. ¡Estoy
tan cansada! Pero es muy largo de contar. Casi dos mil años
de vida no se cuentan en un minuto.
Fabián se sentó en un tronco, a una distancia prudencial
y dijo.
-No importa, no tengo nada que hacer. Tengo tiempo para charlar con
usted.
La estrella comenzó a hablar lentamente y, en su voz, se percibía
una gran tristeza.
-Hace dos mil años me encomendaron una tarea. La más
importante, me dijeron. No importa que seas chiquita, ni que no tengas
mucho brillo. En el momento oportuno, el brillo te llegará
de afuera y llamarás la atención de todos los hombres.
Era mi oportunidad. Ya no sería una estrella más; ya
no pasaría inadvertida; los hombres me pondrían un nombre
y figuraría en los catálogos.
Fue así que acepté, y con mi luz señalé
el camino a unos sabios hasta el pesebre donde había nacido
un pequeño niño.
Desde ese momento, todos los años hago el mismo camino, para
que nadie se olvide de ese gran acontecimiento que, según me
contaron, cambió la historia de los hombres. Pero, con el paso
del tiempo, me di cuenta de que ya no vale la pena; que los hombres
no miran hacia el cielo; han perdido sus sueños; se matan en
las guerras...
Interrumpió su conversación durante unos segundos y,
con la mirada perdida, pareció estar buscando una palabra para
completar la frase, un adjetivo para la palabra guerras.
-En guerras. Esta palabra es tan tremenda en sí misma, que
no necesita nada que la acompañe. Si dijera en terribles o
crueles guerras, alguien podría llegar a pensar que hay guerras
que no son terribles o crueles. ¡Se matan entre hermanos! Vi
torturas y desapariciones. También vi a mucha gente morirse
de hambre, al mismo tiempo que otros despreciaban el plato que le
ponían delante. Mujeres golpeadas, sometidas y esclavizadas.
Chicos sin escuela y otros que la desaprovechan. Vi gente enriquecerse
en forma desmedida y despiadada, mientras otros carecían de
lo indispensable. Excluídos en un mundo globalizado; enfermos
que podrían curarse; locos abandonados por sus familiares;
personas viviendo sin techo; niños mendigando o robando o matando...
Niños de la calle asesinados. Violencia engendrada por las
desigualdades y por la injusticia.
Los que deberían servir porque tienen el poder, se preocupan
por unos pocos.
Yo, que vi nacer al niño de Belén, que escuché
lo que predicaba, que lo vi compartir la comida, echar a los mercaderes
del templo, lavarles los pies a sus discípulos, creo que ya
no tengo nada más que hacer. Los hombres se han olvidado de
todo lo que él dijo. Ya no tienen arreglo. Ya no miran el cielo,
¿para qué voy a seguir recorriendo ese camino?
Fabián se había quedado mudo y paralizado. No sabía
qué decir ni qué pensar.
Todas las ideas se le mezclaban. La estrella parecía tener
razón pero, sin embargo, Fabián se revelaba contra esta
idea. ¿Ya no hay esperanzas? ¿Ya está todo perdido?
No sabía que decir y comenzó a balbucear palabras incoherentes:
-Bueno, no todo es así, puede ser que... Yo creo que podríamos…
La estrella lo interrumpió.
-Está bien, no hace falta que intentes convencerme, yo ya decidí
qué hacer.
¿Por qué no me cuentas qué haces vos en este
lugar tan apartado y alejado?
Fabián la invitó para que fuera hasta su carpa y le
convidó un mate. Él se recostó en el pasto y
la estrella a su lado. Así, comenzó a contarle a qué
se dedicaba y qué hacía los fines de semana en esa isla.
-¡Qué suerte que te encontré!, dijo la estrella
cuando Fabián terminó de hablar. Aunque este año
no brille para todos, vos tuviste la oportunidad de tenerme bien cerca
tuyo. Eres el único que merece verme...
Fabián que había entrado en confianza la interrumpió
bruscamente y le dijo:
-Creo que está equivocada. En primer lugar, no soy el único
que merece verla; y por otra parte, es cierto que el mundo parece
encaminarse hacia la destrucción y que no hay nada que pueda
detener lo que está pasando, pero, justamente por eso, creo
que tiene que brillar más que antes. Hay muchas personas que
sólo miran hacia abajo, que necesitan una luz fuerte para descubrir
que pasan cosas más allá de sus narices. ¡Cómo
se va a dar por vencida justo ahora que es cuando más la necesitamos!
Muchos hombres no van a reconocer su luz y ni siquiera se van a enterar
de que usted hace un recorrido para llamarles la atención,
para recordarles un gran acontecimiento, para anunciar que para Dios,
los hombres somos importantes, porque él se hizo uno de nosotros.
Pero quizás, alguno puede llegar a levantar la vista y verla
¡Aunque más no sea por casualidad! ¿Y a los otros?
¿Quién va a renovarles la esperanza?
Fabián dijo esta última frase gritando. La estrella
permaneció callada. En la oscuridad, Fabián no pudo
distinguir que esbozaba una sonrisa.
De golpe, sintió algo húmedo en su rostro. Era «Pirata»,
el perro del administrador del camping que le estaba lamiendo la cara.
-¡Eh, Fabián! ¿Cómo estás? ¿Te
pasó algo?, preguntó Feliciano. Me asusté, porque
vi una luz y te oí gritar como si estuvieras discutiendo con
alguien.
Pensé que te había pasado algo, pero seguramente te
quedaste dormido. Métete dentro de la carpa que te vas a resfriar
con el rocío.
Fabián le hizo caso, entró en la carpa, pero tardó
en dormirse, porque aunque estaba seguro de que todo había
sido un sueño, sentía una extraña sensación.
Pasaron los días y llegó el tiempo de Navidad. Poco
antes, Fabián organizó una fiesta con la gente de la
isla y unos amigos de la ciudad.
Feliciano prestó el camping y armaron una gran mesa para la
fiesta que comenzó bien temprano por la mañana y duró
hasta la tardecita. Comieron lo que cada uno había llevado,
bailaron y cantaron. Antes de irse, Fabián regaló a
cada familia una pequeña estrella de madera para que la colocaran
sobre el pesebre.
El 24 a la noche, justito cuando daban las doce, todas las familias
de la zona, vieron una gran luz que provenía del pesebre donde
estaba la imagen del pequeño bebé.
Esa luz, para sorpresa de todos, venía de la pequeña
estrella de madera. En el cielo, también brilló una
estrella, aunque ya no señalaba el camino hacia el lugar donde
hace dos mil años había estado el niño. En cambio,
iluminaba a todos los que, como Fabián, hacen nacer a Dios
en medio de los hombres y los conducen hacia él.
Y, para sorpresa de muchos, esa nochebuena, estuvo muy iluminada.
María Inés Casalá
La
Navidad no es cuento
Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió,
el niño del pesebre levantó la cabeza y miró
la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí,
temblando y temeroso.
-Acércate -le dijo Jesús- ¿Por qué tienes
miedo?
-No me atrevo… no tengo nada para darte.
-Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
-De verdad no tengo nada… nada es mío; si tuviera algo,
algo mío, te lo daría… mira.
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó
una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
-Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy…
-No -contestó Jesús- guárdala. Querría
que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.
-Con gusto -dijo el muchacho- pero ¿qué?
-Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre
y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró
algo al oído del Niño Jesús:
-No puedo… mi dibujo es «muy malo»… ¡nadie
quiere mirarlo…!
-Justamente, por eso yo lo quiero… siempre tienes que ofrecerme
lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además
quisiera que me dieras tu plato.
-Pero… ¡lo rompí esta mañana! - tartamudeó
el chico.
-Por eso lo quiero… Debes ofrecerme siempre lo que está
quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo… Y ahora - insistió
Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres
cuando te preguntaron cómo habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció; bajó la cabeza
avergonzada y, tristemente, murmuró:
-Les mentí… Dije que el plato se me cayó de las
manos, pero no era cierto…
¡Estaba enojado y lo tiré con rabia!
-Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús-
Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias,
tus cobardías y tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas…
No tienes necesidad de guardarlas… Quiero que seas feliz y siempre
voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que
vinieras todos los días a mi casa.
Ariel David Busso
Caminos de cielo limpio, de Editorial Lumen
Una extraña anciana
Pasó en Belén, aquella madrugada. La estrella acababa
de desaparecer, el último peregrino había abandonado
el establo, la Virgen había ya acomodado las pajas de la cuna,
y el niño por fin había podido dormirse.
¿Pero puedo uno dormir en la noche de Navidad?
Dulcemente la puerta de la puerta se abrió, empujada, podría
decirse, por un aliento más que por una mano, y una mujer apareció
en el dintel, cubierta de harapos, tan vieja y tan arrugada que en
su rostro color de tierra la boca parecía ser una arruga más.
Al verla, María sintió miedo, como si hubiera entrado
al establo alguna hada malvada. Felizmente Jesús dormía.
El asno y el buey rumiaban apaciblemente su paja y miraban a la extraña
mujer adelantarse sin dar muestra alguna de sorpresa como si la conocieran
desde siempre.
La Virgen, por su parte, no le quitaba los ojos de encima. Cada uno
de los pasos que la anciana daba le parecía que duraban siglos.
La vieja seguía avanzando hasta que se detuvo junto al pesebre.
Gracias a Dios, Jesús seguía durmiendo.
¿Pero duerme uno la noche de Navidad?
De pronto el niño abrió los ojos, y su madre se sorprendió
muchísimo al ver que los ojos de la mujer y los del niño
eran exactamente iguales y brillaban con la misma esperanza. La vieja
entonces se inclinó sobre el pesebre, mientras que su mano
hurgaba entre sus harapos buscando alguna cosa que tardó siglos
en encontrar. María seguía mirándola con la misma
inquietud. Los animales la miraban también, pero siempre sin
sorpresa, como si supieran por adelantado lo que iba a, suceder.
Por fin, al cabo de un largo rato, la vieja logró sacar de
sus harapos un objeto escondido en cuenco de su mano y lo entregó
al niño.
Tras todos los tesoros ofrendados por los magos y los regalos de los
pastores, ¿qué sería aquel nuevo presente? Desde
donde se encontraba María no podía verlo.
Sólo percibía la espalda curvada por los años,
y que se doblaba aún más al inclinarse sobre la cuna.
Pero el asno y el buey seguían mirándola sin
inquietarse.
Esto duró un buen rato. Después la anciana mujer se
enderezó, como liberada del terrible peso que la empujaba hacia
el suelo. Sus espaldas ya no estaban gibadas, su cabeza tocaba casi
el techo de la choza y su rostro había recuperado milagrosamente
la juventud. Y cuando se apartó de la cuna para dirigirse de
nuevo hacia la puerta y desaparecer en la noche
de la que había venido, María pudo al fin ver el regalo
misterioso. Eva, porque era ella, había venido a devolverle
al niño la pequeña manzana, la manzana del primer pecado
y de tantos otros que lo siguieron. Y la manzanita roja brillaba en
las manos del recién nacido como el globo del mundo nuevo que
con él acababa de nacer.
Regalo de Navidad
Un día, Alfredo, despertó en una víspera de Navidad,
muy contento, pues una fecha muy importante estaba por llegar. Era
el día del aniversario del Niño Jesús, y es lógico,
el día en que Papá Noel vendría de visita como
todos los años. Con sus siete añitos, esperaba ansiosamente
el caer de la noche, para volver a dormir y espiar el calcetín
que estaba en el frente de la puerta, pues no tenía árbol
de Navidad. Se durmió muy tarde, para ver si conseguía
atrapar a aquel "viejito", pero como el sueño era
mayor que su voluntad, se durmió profundamente. La mañana
de Navidad, observó que su calcetín no estaba allí,
y que no había regalo alguno en toda su casa. Su padre desempleado,
con los ojos llenos de lágrimas, observaba atentamente a su
hijo, y esperaba tener coraje para hablarle, que su sueño no
existía, y con mucho dolor en el corazón lo llama:
- ¡Alfredo, hijo mío, ven acá¡
- ¿Papá?
- ¿Qué ocurre hijo?
- Papá Noel se olvidó de mí...
Alfredo abraza a su padre y los dos se ponen a llorar. Alfredo dice:
- ¿El también se olvidó de ti papá?
- No hijo mío. El mejor presente que yo podría haber
ganado en la vida esta en mis brazos, y quédate tranquilo pues
yo sé que Papá Noél no se olvidó de ti.
- Pero todos lo otros niños vecinos están jugando con
sus presentes... El se olvidó de nuestra casa.
- No se olvidó... El presente te está abrazando ahora
y va a llevarte a uno de los mejores paseos de tu vida.
Y así fueron a un parque y Alfredo jugó con su padre
durante el resto del día, volviendo al anochecer. Alfredo llegó
a casa muy cansado pero fue a su cuarto y "escribió"
una carta para Papá Noel:
"Querido Papá Noel, yo sé que es demasiado tarde
para pedir alguna cosa, pero quiero agradecer el presente que me diste.
Deseo que todas las Navidades que yo pase, hagas que mi padre olvide
sus problemas y que él pueda distraerse conmigo, pasando una
tarde maravillosa como la de hoy. Gracias por mi vida, pues descubrí
que no es con juguetes con lo que que somos felices, y sí con
el verdadero sentimiento que está dentro de nosotros, que el
señor despierta en las Navidades: Te da las gracias por todo:
Alfredo." Y se fue a dormir. Entrando al cuarto para dar las
buenas noches a su hijo, el padre de Alfredo vio la cartita y a partir
de ese día, no dejó que sus problemas afectasen la felicidad
de ellos y comenzó a hacer que todos los días fuesen
Navidad para ambos.
Si un niño de siete años, consiguió percibir
que los mejores presentes que se pueden recibir no son materiales,
¿Por qué nosotros no hacemos lo mismo?
Que todos hagamos que cada día sea una Navidad, valorando la
Amistad, el Cariño y todos los buenos sentimientos que existen
dentro de nosotros. Al final, las únicas cosas que podremos
llevarnos de esta vida, son los sentimientos, los recuerdos que quedarán
guardadas en nuestros corazones.
Regalos
de Navidad
En Navidad, todos suelen dar regalos, menos una mujer. Ella vivía
en el alto de un cerro y nunca daba regalos a nadie. Tampoco recibía
regalos y nadie sabía mucho de ella.
Un día, un grupo de niños se arriesgó a acercarse
de la vieja casa. Era víspera de Navidad y querían ver
como la mujer celebraba esta hermosa fiesta.
No fue sin sorpresa que vieron que no había ninguna decoración.
Absolutamente, nada: la casa, en color gris y negra, no presentaba
ninguna señal de fiesta.
Entonces, escucharon un ruido y la puerta se abrió.
- ¿Por qué me buscan jóvenes?
Algunos niños alcanzaron huir, pero dos se quedaron delante
de la mujer, totalmente pálida y con aire de cansada, como
si se hubiese trasnochado. Los que quedaron no contestaron nada.
- ¿Vinieron a recoger sus regalos de Navidad? - les preguntó
la mujer, para los dos niños que se quedaron aún más
sorprendidos, pues ella nunca daba regalos a nadie. Simplemente admitieron
con la cabeza.
- Muy bien, esperen aquí y no se vayan a ir.
La mujer volvió a cerrar la puerta. El tiempo pasó,
los dos se miraban inquietos, asustados, no sabían si debían
correr o que hacer, cuando nuevamente la puerta se abrió. En
los brazos de la mujer había dos angelitos esculpidos muy bonitos.
En su cara había una sonrisa no muy demarcada.
- Esto es para ustedes. Siempre estuve esperando que alguien viniera
a buscar regalos, o darme regalos, pero todos tienen miedo de mí.
Perdí toda mi familia, esta casa es lo único que tengo
y paso el tiempo haciendo estas estatuas.
Tómenlas, llévenlas consigo y que pasen una feliz navidad.
Desde este día, se volvió una tradición llevar
regalos a la mujer del alto del cerro y volver cargados de estatuas
de ángeles y otras hermosas figuras. Aún después
de morir, la población continuó llevando regalos que
los dejaban a la puerta de la vieja casa. Dicen que, al volver, los
que habían entregado regalos con un corazón inocente
como un niño encontraban una hermosa estatua sobre su cama.
En esta Navidad, rompe las barreras y habla con las personas, aún
las que aparentemente son muy extrañas.
No midas tus riquezas por aquello que tiene mucho valor, sino por
aquello que no cambiarías por nada del mundo."
La
esperanza
Era la noche de Navidad. Un ángel se apareció a una
familia rica y le dijo a la dueña de la casa: Te traigo una
buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá
a visitar tu casa.
La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído
posible que en su casa sucediese este milagro. Trató de preparar
una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pavos,
pollos, conservas y vinos importados.
De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro
sufrido, con el vientre hinchado por un embarazo muy adelantado.
- Señora, ¿no tendría algún trabajo para
darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo.
- ¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió
la dueña de la casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una
importante visita.
Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la
puerta. Señora, mi camión se ha arruinado aquí
en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una
caja de herramientas que me pueda prestar?
La señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal
y los platos de porcelana, se irritó mucho: ¿Usted piensa
que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se
ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi
entrada con esos pies inmundos.
La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas
de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió
de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos. Mientras
tanto alguien afuera batió las palmas.
Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada
y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era
Jesús. Era un niño harapiento de la calle.
- Señora, déme un plato de comida. ¿Cómo
te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana,
porque esta noche estoy muy atareada.
Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba
la ilustre visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no
parecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos,
que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos
vacíos y el sueño hizo olvidar pavos, pollos y los demás
platos preparados.
A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró,
con gran espanto frente a un ángel.
- ¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé
todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció.
¿Por qué me hizo esta broma?
- No fui yo quien mintió, fue usted la que no tuvo ojos para
ver, le dijo el ángel.
Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer
embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento.
Pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo
Representación Navideña
Era
Navidad y en el pueblo iban a hacer la representación del nacimiento
de Jesús. Todos estaban muy entusiasmados, querían que
la obra fuera un éxito.
Los niños la iban a representar, pero entre ellos había
un niño con problemas; quién sabe por qué causa,
era más lento en aprender que los demás. El quería
estar en la obra, y a la maestra le dio ternura verlo con tanta emoción
que le dio un papel pequeño: el del posadero que rechazaba
a la Virgen y a José porque la posada estaba llena.
El día de la obra, el teatro estaba a reventar; hasta había
gente de pie. Y cuando llegaron a la parte en la que llegan José
y María a la posada, donde este niño con problemas tenía
que hablar, paso algo inesperado.
José toco la puerta y salió el posadero, y cuando ya
los iba a rechazar, al ver a la joven pareja y sobre todo a la mujer,
embarazada de quien iba a ser nuestro salvador, al niño se
le llenaron los ojos de lágrimas y les dijo:
"Pasen, pasen, la señora puede dormir en mi cama, que
yo dormiré en el suelo."
Hubo un silencio intenso en la sala y a muchas personas les salieron
lágrimas. La obra fue un éxito, a pesar de que no fue
fiel representación de lo que realmente paso en esa noche de
Navidad, pero sentimos que algo había cambiado en nuestras
vidas, pues ese niño nos enseñó una lección
de amor; en su inocencia nos enseñó que debemos amar
y ayudar a otros, no importa quienes sean, porque somos hijos de Dios
y estamos aquí para hacer el bien, sin pedir nada a cambio.
El mejor regalo de Navidad
En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento
de Educación Rusa, para enseñar moral y ética
(basado en principios bíblicos) en las escuelas públicas.
Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios, departamentos
de bombero y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de
100 niños y niñas que habían sido abandonados,
abusados, y dejados en cargo de un programa del gobierno, estaban
en este orfanato. Ellos relatan esta historia en sus propias palabras.
Se acercaban los días de fiestas Navideñas, 1994, tiempo
para que nuestros huérfanos escucharan por primera vez, la
historia tradicional de Navidad. Les contamos como María y
José llegaron a Belén. No encontraron albergue en la
posada y la pareja se fue a un establo, donde nació el niño
Jesús y fue puesto en un pesebre.
Durante el relato de la historia, los niños y los trabajadores
del orfanato estaban asombrados mientras escuchaban. Algunos estaban
sentados al borde de sus taburetes, tratando de captar cada palabra.
Terminando la historia, le dimos a los niños tres pequeños
pedazos de cartulina para que construyeran un pesebre. A cada niño
le dimos un pedazo de papel cuadrado cortados de unas servilletas
amarillas, que yo había traído conmigo pues no habían
servilletas de colores en la cuidad.
Siguiendo las instrucciones, los niños rasgaron el papel y
colocaron las tiras con mucho cuidado en el pesebre. Pequeños
pedazos de cuadros de franela, cortados de un viejo camisón
de dormir que había desechado una señora Americana al
irse de Rusia, fue usado para la frazada del bebé. Un bebé
tipo muñeca fue cortado de una felpa color canela que habíamos
traído de los Estados Unidos.
Los huérfanos estaban ocupados montando sus pesebres, mientras
yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban ayuda. Parecía
ir todo bien hasta que llegue a una de las mesas donde estaba sentado
el pequeño Misha. Lucía tener alrededor de 6 años
y ya había terminado su proyecto. Cuando miré en el
pesebre de este pequeño, me sorprendió ver no uno, pero
dos bebés en el pesebre. Enseguida llame al traductor para
que le preguntara al chico porque habían dos bebés en
el pesebre. Cruzando sus brazos y mirando a su pesebre ya terminado,
empezó a repetir la historia muy seriamente.
Para ser un niño tan pequeño que solo había escuchado
la historia de Navidad una vez, contó el relato con exactitud…
hasta llegar a la parte donde María coloca el bebé en
el pesebre. Entonces Misha empezó a agregar. Inventó
su propio fin de la historia diciendo, “ y cuando María
colocó al bebé en el pesebre, Jesús me miró
y me preguntó si yo tenía un lugar donde ir. Yo le dije,
"no tengo mamá y no tengo papá, así que
no tengo donde quedarme. Entonces Jesús me dijo que me podía
quedar con El. Pero le dije que no podía porque no tenía
regalo para darle como habían hecho los demás. Pero
tenía tantos deseos de quedarme con Jesús, que pensé
que podría darle de regalo. Pensé que si lo pudiera
mantenerle caliente, eso fuera un buen regalo.
Le pregunté a Jesús, “ Si te mantengo caliente,
sería eso un buen regalo?”
Y Jesús me dijo, “Si me mantienes caliente, ese sería
el mejor regalo que me hayan dado".
Así que me metí en el pesebre, y entonces Jesús
me miró y me dijo que me podría quedar con El…
para siempre.”
Mientras el pequeño Misha termina su historia, sus ojos se
desbordaban de lágrimas que les salpicaban por sus cachetes.
Poniendo su mano sobre su cara bajo su cabeza hacia la mesa y sus
hombros se estremecían mientras sollozaba y sollozaba.
El pequeño huérfano había encontrado alguien
quien nunca lo abandonaría o lo abusara, alguien quien se mantendría
con el…PARA SIEMPRE.
Gracias a Misha he aprendido que lo que cuenta, no es lo que uno tiene
en su vida, si no, a quien uno tiene en su vida. No creo que lo ocurrido
a Misha fuese imaginación. Creo que Jesús de veras le
invitó a estar junto a El PARA SIEMPRE. Jesús hace esa
invitación a todos, pero para escucharla hay que tener corazón
de niño.
El
Sueño de la Virgen María
José,
anoche tuve un sueño muy extraño, como una pesadilla.
La verdad es que no lo entiendo. Se trataba de una fiesta de cumpleaños
de nuestro Hijo.
La familia se había estado preparando por semanas decorando
su casa. Se apresuraban de tienda en tienda comprando toda clase de
regalos. Parece que toda la ciudad estaba en en lo mismo porque todas
las tiendas estaban abarrotadas. Pero algo me extrañó
mucho: ninguno de los regalos era para nuestro Hijo.
Envolvieron
los regalos en papeles lindísimos y les pusieron cintas y lazos
muy bellos. Entonces los pusieron bajo un árbol. Si, un árbol,
José, ahí mismo dentro de su casa. También decoraron
el árbol; las ramas estaban llenas de bolas de colores y ornamentos
brillantes. Había una figura en el tope del árbol. Parecía
un angelito. Estaba precioso.
Por fin, el día del cumpleaños de nuestro Hijo llegó.
Todos reían y parecían estar muy felices con los regalos
que daban y recibían. Pero fíjate José, no le
dieron nada a nuestro Hijo. Yo creo que ni siquiera lo conocían.
En ningún momento mencionaron su nombre. ¿No te parece
raro, José, que la gente pase tanto trabajo para celebrar el
cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen? Me parecía
que Jesús se habría sentido como un intruso si hubiera
asistido a su propia fiesta de cumpleaños.
Todo estaba precioso, José y todo el mundo estaba tan feliz,
pero todo se quedó en las apariencias, en el gusto de los regalos.
Me daban ganas de llorar que esa familia no conocía a Jesús.
¡Qué tristeza tan grande para Jesús - no ser invitado
a Su propia fiesta!
Estoy tan contenta de que todo era un sueño, José. ¡Qué
terrible si ese sueño fuera realidad!
Esta
página es obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados
de Jesús y María.
TRES ÁRBOLES SUEÑAN
Érase una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños
árboles amigos que soñaban en grande sobre lo que el
futuro deparaba para ellos.
El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo
quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y ser llenado
de piedras preciosas. Yo seré el baúl de tesoros mas
hermoso del mundo".
El segundo arbolito observó un pequeño arroyo en sus
camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través
de mares inmensos y llevar a reyes poderosos sobre mi. Yo seré
el barco mas importante del mundo".
El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados
de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero
jamas dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que
cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levantarán
su mirada al cielo y pensaran en Dios. Yo seré el árbol
mas alto del mundo".
Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los
pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros.
Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña.
El primer leñador miró al primer árbol y dijo:
"¡Qué árbol tan hermoso!", y con la
arremetida de su brillante hacha el primer árbol cayó.
"Ahora me deberán convertir en un baúl hermoso,
voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.
Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este
árbol es muy fuerte, es perfecto para mi!". Y con la arremetida
de su brillante hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora
deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo
árbol, "Deberé ser el barco mas importante para
los reyes mas poderosos de la tierra".
El tercer árbol sintió su corazón hundirse de
pena cuando el último leñador se fijó en el.
El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo.
Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo:
"¡Cualquier árbol me servirá para lo que
busco!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el tercer
árbol cayó.
El primer árbol se emocionó cuando el leñador
lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero
lo convirtió en una mero pesebre para alimentar las bestias.
Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras
preciosas. Fue solo usado para poner el pasto.
El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo
llevó cerca de un embarcadero. Pero no estaba junto al mar
sino a un lago. No habían por allí reyes sino pobres
pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños,
hicieron de el una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil
para navegar en el océano. Allí quedó en el lago
con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia..
Pasó el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol
la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién
nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido
una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó
la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al
niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca
madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y,
de repente, el primer árbol comprendió que contenía
el tesoro mas grande del universo.
Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo
vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja
barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras
el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De
repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió
sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues
las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había
convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas
para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba!.
¡que gran pena, pues no servía ni para un lago!. Se sentía
un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno,
se levanta y, alzando su mano dio una orden: "calma". Al
instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De
repente el segundo árbol, convertido en la barca de Pedro,
supo que llevaba a bordo al rey del cielo, tierra y mares.
El tercer árbol fue convertido en sendos leños y por
muchos años fueron olvidados como escombros en un oscuro almacén
militar. ¡Qué triste yacía en aquella penuria
inutil, qué lejos le parecia su sueño de juventud!
De repente un viernes en la mañana, unos hombres violentos
tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó
al ser forzado sobre las espaldas de un inocente que había
sido golpeado sin misericordia. Aquel pobre reo lo cargó, doloroso,
por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma
fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado
sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba
a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. el tercer
árbol se sintió avergonzado, pues no solo se sentía
un fracasado, se sentía además cómplice de aquél
crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos
ante la víctima levantada.
Pero el domingo en la mañana, cuando al brillar el sol, la
tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol
comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente
todo había cambiado. Sus leños bañados en sangre
ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad
y supo que era el árbol mas valioso que había existido
o existirá jamás pues aquel hombre era el rey de reyes
y se valió de el para salvar al mundo!
La cruz era trono de gloria para el rey victorioso. Cada vez que la
gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido,
que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo
y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán,
convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar mas
digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el
amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su
sueño realidad. El tercer árbol se convirtió
en el mas alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán Dios.
Ven a mi lado y mira al recién nacido.
Hijo, ven a mi lado y mira al recién nacido. Pasa adelante
y ponte junto a mí y José. Disculpa la incomodidad y
el olor de los animales; ya sabes la historia: cómo buscamos
por todos sitios y no pudimos encontrar algo mejor en ese momento
apresurado del Nacimiento de Jesús. Pero así lo quería
Dios; así que, ven, acércate y ponte aquí, junto
a mí. ¿Lo ves bien desde ahí? Míralo,
es el pequeño Jesús reclinado en ese duro e incómodo
pesebre...
Yo
quería para El un lugar cómodo, pero El no quería
eso para Sí, por lo que nunca en la vida exigí comodidad
para mí. Yo hubiera preferido ahorrarle tantos sufrimientos,
pero El no quería una vida fácil, por lo que yo tampoco
la pedí para mí, así que ¡imagina la angustia
de mi corazón porque mi Hijo ansiaba morir crucificado para
salvarte a ti! Era una terrible espada que atravesó mi alma.
No, ser la Madre de Dios -porque Dios así lo quiso para mí-
no fue fácil entonces ni lo es ahora que velo por ti y todos
mis hijos en el mundo, llamándote, cuidándote del pecado
y del Maligno y apareciéndome en diversos lugares para recordarte
que Dios existe, que Jesús es Dios, que El te ama y por esa
misma razón Se hizo hombre, para redimirte.
Ven,
hijo e hija de mi corazón, y no pongas atención al frío
intenso de la noche y la falta de visitantes y consideraciones que
hubo para nosotros. No me preguntes por qué el Señor
de señores, Dios y Creador del universo quiso nacer y vivir
y morir pobre y humilde, siendo El la Riqueza misma, habiendo podido
vivir adorado y servido por todas Sus criaturas, como realmente Se
Lo merece. La profundidad del corazón amoroso de Dios es inalcanzable...
Este
es mi mensaje para ti para esta Navidad, hijo e hija queridos. Haz
un espacio para Jesús en tu corazón y saca de ahí
todo lo que Le estorba a El. Hazle un pesebre en ti e invítame
a que llegue con San José para llevarte en brazos a mi Hijo.
Aunque El sea pequeño aún, es mejor así, hijo
mío, hija mía, porque así podrá ir creciendo
poco a poco en ti, ajustándote a tu velocidad de entrega y
a tus limitaciones para una mayor conversión y deseo de santidad
en tu vida. Hijo mío, hija mía, que tengas una Navidad
feliz, con el amor y paz de Jesús en medio de tu vida y tu
familia.
Con
mi amor de Madre para ti, María, tu Madre del Cielo, que está
siempre contigo.
TIEMPO
DE NAVIDAD
Lecturas de los santos
El Misterio de la Navidad
por: Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz
(Escritos Espirituales, BAC, 1998)
Nos encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad,
que nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo
nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros,
demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la estrella
sobre el pesebre de belén. Ha pasado cono un susurro y quizás
permanecimos asustados porque no pudimos comprender o sacar nada en
limpio de lo que nos quiso y pudo traer. Resulta ciertamente consolador
que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la debilidad
de sus hijos y que haya previsto un buen número de semanas
para el tiempo natalicio. Así se puede aún recuperar
algo de lo que se ha perdido; e incluso para hoy no se me ocurre nada
mejor que el que permanezcamos un poco en silencio y volvamos la mirada
a las semanas pasadas.
Cuando los días se hacen cada vez más cortos y comienzan
a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen tímida
y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola
palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede
resistirse. Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes,
para los cuales la vieja historia del Niño de Belén
no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo
pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad.
Es como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda
la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de
amor y alegría --ésta es la estrella hacia la cual caminamos
todo en los primeros meses del inverno--. Para los cristianos, y en
especial para los católicos, tiene un significado mayor. La
estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño
que trae la paz a la tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante
nuestros ojos en numerosas y tiernas imágenes; viejas melodías,
en las cuales resuena todo el encanto de la infancia nos cantan de
él.
En el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una
santa nostalgia con las campanas del "Rorate" y los cánticos
del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable manantial
de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones
y promesas del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el rocío
del cielo y que las nubes lluevan al justo!; ¡El Señor
está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor,
no tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo
porque viene tu Salvador!. Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan
las solemnes antífonas "Oh" del Mangificat, cada
vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que todo se ha
cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se acerca
y mañana contemplaréis su gloria. Precisamente cuando
al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian
los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia
afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan
a la Misa del Gallo y --Cuando todo permanece en profundo silencio--
el misterio de la Navidad se renueva sobre los altares cubiertos de
flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la hora
de la plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el
mundo.
Alguien
me acercó un cuento de Navidad que leyó en alguna parte.
Lo contaré a continuación porque realiza un hermoso
viaje al corazón de Jesús Niño.
Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió,
el niño del pesebre levantó la cabeza y miró
la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí,
temblando y temeroso.
Acércate le dijo Jesús ¿Por qué tienes
miedo?
No me atrevo... no tengo nada para darte.
Me gustaría que me des un regalo dijo el recién nacido.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo
mío, te lo daría... Mira:
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó
una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...
No, contestó Jesús guárdala. Querría que
me dieras otra cosa.
Me gustaría que me hicieras tres regalos.
Con gusto dijo el muchacho pero... ¿qué?
Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre
y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró
algo al oído del Niño Jesús:
No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo...
!
Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que
los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además
quisiera que me dieras tu plato.
Pero... ¡lo rompí esta mañana! tartamudeó
el chico.
Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado
en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora insistió Jesús
repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron
como habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza
avergonzado y, tristemente, murmuró:
Les mentí... Dije que el plato se me cayó de las manos,
pero no era cierto... ¡estaba enojado y lo tiré con rabia!
Eso es lo que quería oírte decir dijo Jesús,
dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias,
tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas...
No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre
voy a perdonarte tus faltas.
A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días
a mi casa.
del libro Caminos de cielo limpio .
Ed. Lumen.