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La doctrina de la Iglesia Católica relativa del Espíritu
Santo forma parte integral de su enseñanza sobre el misterio de
la Santísima Trinidad, de la cual San Agustín (De Trin.,
II,iii,5) habla tímidamente diciendo: "En ningún otro
tema, es tan peligroso el error, o tan difícil avanzar, o tan apreciable
el fruto de un estudio cuidadoso". Los puntos esenciales del dogma,
pueden ser resumidos en las siguientes afirmaciones:
El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima
Trinidad.
Como Persona, aunque realmente distinta del Padre y del Hijo, es también
consustancial a Ellos; siendo Dios como Ellos, El posee con Ellos una
y misma Naturaleza o Esencia Divina.
Procede, no por generación, sino por espiración del Padre
y del Hijo juntos, como de un único principio.
II. PRINCIPALES ERRORES
Todas las teorías y sectas Cristianas que han contradicho o impugnado,
de cualquier manera, el dogma de la Trinidad, como consecuencia lógica,
han amenazado asimismo la fe en el Espíritu Santo. Entre estas,
la historia menciona lo siguiente:
En los siglos 2 y 3, las Monarquías dinámicas o modalisticas
(ciertos Ebionitas, es decir, Teodoto de Bizantinia, Pablo de Samosata,
Praxeas, Noecio Sabelio y generalmente los Patripasianos) sostenían
que la misma Persona Divina, de acuerdo a Sus diferentes operaciones o
manifestaciones, eran llamados el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo; por lo tanto, reconocían a la Trinidad como puramente nominal.
En el siglo IV y después, los Arianos y su numerosa prole herética:
Anómanos o Eunomiamo, Semi-Arianos, Acacios, etc, mientras admitían
la triple personalidad, negaron la consustancialidad. El Arianismo había
sido precedido por la teoría de la Subordinación de algunos
escritores ante-Nicenea, quienes afirmaron una diferencia y gradación
entre las Personas Divinas y aquellos que surgieron desde sus relaciones
en el punto de origen.
En el siglo XVI, lo Socianos explícitamente rechazaron, en nombre
de la razón, junto con todos los misterios de la Cristiandad, la
doctrina de las Tres Persona en Un solo Dios.
Conviene también mencionar las enseñanzas de Juan Filopon
(siglo VI), Roscellinus, Gilbert de la Porrée, Joaquin de Flora
(siglos XI y XII) y de los tiempos modernos, Gunther, quien al negar u
obscurecer la doctrina de la unidad numérica de la Divina Naturaleza,
su realidad estableció una deidad triple.
Además de estos sistemas y escritores, que entraron en conflicto
con la verdadera doctrina sobre el Espíritu Santo solo indirectamente
como resultado lógico de sus previos errores, hubieron otros que
atacaron directamente la verdad:
Hacia la mitad del siglo IV, Macedonio, Obispo de Constantinopla y, después
de él un número de Semi-Arianos, mientras aparentemente
admitían la Divinidad de la Palabra, negaron aquella del Espíritu
Santo. Lo colocaron entre los espíritus, ministros inferiores de
Dios pero superior a los ángeles. Fueron, bajo el nombre de Pneumatomaquianos,
condenados por el Concilio de Constantinopla el año 381 (Mansi,
III, col. 560).
Desde los tiempos de Potius, los cismáticos Griegos, mantuvieron
que el Espíritu Santo verdadero Dios como el Padre y el Hijo, procede
sólo del Primero.
III. LA TERCERA PERSONA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
El encabezado implica dos verdades:
El Espíritu Santo es una Persona realmente distinta como tal, del
Padre y el Hijo;
El es Dios y consustancial con el Padre y el Hijo.
La primera afirmación es directamente opuesta al Monarquianismo
y al Socinianismo; el segundo, al Subodinacionismo, a diferentes formas
de Arianismo y en particular al Macedonismo. Los mismos argumentos sacados
de las Escrituras y la Tradición, pueden ser usados generalmente
para probar cualquiera de las afirmaciones. Sin embargo, nosotros mostraremos
las pruebas de las dos verdades juntas, pero primero daremos atención
especial a algunos pasajes que demuestran más explícitamente
la distinción de personalidad.
En el Nuevo Testamento, la palabra espíritu y, tal vez, incluso
la expresión espíritu de Dios, significan en ciertos momentos,
el alma o el hombre mismo, en tanto está bajo la influencia de
Dios y aspira a cosas superiores; especialmente en San Pablo, más
frecuentemente significa Dios actuando en el hombre; aunque son usados,
además, para designar no solo una acción de Dios en general,
sino a la Persona Divina, Quien no es ni el Padre, ni el Hijo. Aquel que
es llamado junto con el Padre, o el Hijo, o con ambos, sin el contexto
que los mencionan como identificados. Aquí serán dadas alguna
instancias. Hemos leído en Juan XIV, 16, 17: "Y Yo rogaré
al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre
con ustedes, el Espíritu de Verdad a quien el mundo no puede recibir"...;
y en Juan xv, 26: "Cuando venga el Protector que les enviaré
desde el Padre, por ser El el Espíritu de verdad que procede del
Padre dará testimonio de mi". San Pedro dirige su primera
epístola, i, 1-2, "a los que viven fuera de su patria...a
los elegidos, a quienes Dios Padre conoció de antemano y santificó
por el Espíritu para acoger la fe y ser purificados por la sangre
de Cristo Jesús". El Espíritu de consolación
y de verdad está también claramente distinguido en Juan
XVI, 7, 13-15 del Hijo por Quien El recibe todo lo que El enseña
a los Apóstoles, y del Padre, quien no tiene nada que el Hijo no
posea. Ambos lo envían cuando El desciende dentro de nuestras almas
(Juan XIV, 23)
Muchos otros textos declaran bastante claramente que el Espíritu
Santo es una Persona, una Persona distinta del Padre y del Hijo, y sin
embargo, Un solo Dios con Ellos. En varios lugares, San Pablo habla de
El como si estuviera hablando de Dios. En los Hechos, xxviii, 25, le dice
a los Judíos: "Es muy acertado lo que dijo el Espíritu
Santo cuando hablaba a sus padres por boca del profeta Isaías";
ahora bien, la profecía contenida en los dos versos siguientes
son tomados de Isaías, vi, 9,10 donde es puesta en boca del "Rey
el Señor de multitudes". En otros lugares usa las palabras
Dios y Espíritu Santo como simple y llanamente sinónimos.
De este modo, escribe I Cor., iii,16: "¿No saben que son el
templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?"
y en vi, 19: "¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu
Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes?" San
Pedro afirma la misma identidad cuando el habla con Ananías (Hechos
v, 3-4): "¿Porqué haz dejado que Satan se apodere de
tu corazón?...¿porqué intentas engañar al
Espíritu Santo?...No haz mentido a los hombres, sino a Dios."
Los escritores sagrados atribuyen al Espíritu Santo todos las obras
características del poder Divino. Es en Su nombre, como en el nombre
del Padre y del Hijo, que es dado el bautismo (Mateo xxviii, 19). Es a
través de Su operación que es realizado el mayor de los
misterios Divinos, la Encarnación del Verbo, (Mateo., i, 18-20;
Lucas, i,35). Es también en Su nombre y por Su poder que los pecados
son perdonados y las almas santificadas: "Reciban el Espíritu
Santo: a quienes descarguen de su pecados, serán liberados, y a
quienes se los retengan, les serán retenidos" (Juan, xx, 22,
23); "Pero han sido lavados, han sido santificados y rehabilitados
por el Nombre de Cristo Jesús, el Señor, y por el Espíritu
de nuestro Dios" (I Cor., vi, 11); " la cual no quedará
frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo y por El el
amor de Dios se va derramando en nuestros corazones" (Rom., v, 5).
El es, esencialmente el Espíritu de verdad (Juan, XIV, 16-17; xv,
26). Aquel cuya obra es el fortalecimiento de la fé (Hechos, vi,5),
que confiere sabiduría (Hechos, vi,3), quien dá testimonio
de Cristo, lo cual equivale a decir que confirma Sus enseñanzas
internamente (Juan xv, 26) y que enseña a los Apóstoles
el completo significado de ellas (Juan, xiv,26; xvi,13). Con estos Apóstoles,
se quedará por siempre (Juan, xiv,16) Habiendo descendido a ellos
en Pentecostés, los guiará en su trabajo (Hechos, viii,
29), El inspirará a los nuevos profetas (Hechos xi, 28; xiii,9)
como El inspiró a los profetas del Antiguo Testamento (Hechos,
vii,51). El es la fuente de gracias y dones (I Cor., xii, 3-11). En particular,
El otorga don de lenguas (Hechos, ii, 4;x, 44-47). Y en tanto habita en
nuestros cuerpos, los santifica (I. Cor., iii, 16; vi, 19) y de esta manera
los levantará nuevamente, un día, de la muerte (Rom., viii,11).
Aunque El obra especialmente en el alma, dándole nueva vida (Rom.,
viii, 14-16; II. Cor., i,22; v,5; Gal., iv,6). El es el Espíritu
de Dios, y, al mismo tiempo, el Espíritu de Cristo (Rom., viii,9);
porque El está en Dios, El conoce los misterios mas profundos de
Dios (I.Cor., ii, 10-11) y posee todo el conocimiento. San Pablo termina
su segunda carta a los Corintios (xiii,13) con su fórmula de bendición
la cual, puede ser llamada una bendición de la Trinidad: "La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad de Dios y la comunicación
del Espíritu Santo estén con todos Uds." – ct.
Tixeront "Histoire des dogmes", Paris, 1905, I, 80,89,90,100,101.
Al corrobrar y explicar el testimonio de las Escrituras, la Tradición
nos arroja más luz sobre los distintos estadios de la evolución
de esta doctrina. Tan tempranamente como el siglo primero, San Clemente
de Roma nos dá una importante enseñanza sobre el Espíritu
Santo. En su "Epístola a los Corintios" no solo nos dice
que el Espíritu ha inspirado y guiado a los santos escritores (viii,1;
xiv,2); que El es la voz de Jesucristo hablándonos en en Antiguo
Testamento (xxii, 1 sig.) aunque contiene mucho más, dos declaraciones
muy explícitas sobre la Trinidad. En el Capítulo xlvi, 6
(Funk "Patres apostolici" 2da edicación, I, 158) se lee
que "tenemos un solo Dios, un Cristo un solo Espíritu de gracia
dentro de nosotros, una misma vocación en Cristo". En lviii,2
(Funk, ibid., 172) el autor realiza una solemne afirmación; zo
gar ho theos, kai zo ho kyrios Iesous Christos kai to pneuma to hagion,
he te pistis kai he elpis ton eklekton, oti . . . la cual podemos comparar
con la tan frecuente fórmula encontrada en el Antiguo Testamento:
zo kyrios. De esto se sigue que, bajo la perspectiva de Clements, kyrios
era igualmente aplicable a ho theos (el Padre) ho kyrios Iesous Christos,
y to pneuma to hagion; y tenemos tres testigos con igual autoridad, cuya
Trinidad, más aún, es el fundamento de la fe y esperanza
Cristiana. La misma doctrina es declarada, en los siglos segundo y tercero,
de labios de los mártires y encontrada en los escritos de los Padres.
En sus tormentos San Policarpo (V 155) profesó su fe en las Tres
Adorables Personas ("Martyrium sancti Polycarpi" en Funk op.cit.,
I, 330): "Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu santísimo
y bien amado Hijo, Cristo Jesús... alabado en todo, bendecido,
y glorificado por el eterno y celestial pontífice Cristo Jesús,
tu bien amado Hijo, por Quien a Ti con El y con el Espíritu Santo,
gloria hoy y por siempre". San Apipodius habló aún
más distintivamente (Ruinart, "Acta mart." Edición
Verona, p. 65): "Confieso que Cristo es Dios con el Padre y el Espíritu
Santo, y está escrito que deberé devolver mi alma a El Quien
es mi Creador y Redentor". Entre los apologetas, Atenágoras
menciona el Espíritu Santo junto con, y en un mismo plano, como
el Padre y el Hijo. "Quien no quedaría impactado" dice
(Legat. Pro christian., n10, en P.G., vi,col. 909)" de oir llamarnos
ateos, nosotros quienes hemos confesado Dios el Padre, Dios el Hijo y
el Espíritu Santo, y conservándolos en un poder y sin embargo
distintos en orden [...ten en te henosei dynamin, hai ten en te taxei
diairesin]?". Teófilo de Antioquía, quien a veces da
al Espíritu Santo, como al Hijo, el nombre de Sabiduría
(sophia) menciona además (Ad Autol., lib. I, n. 7, y II, n. 18,
en P.G., VI, col. 1035, 1081) los tres términos theos, logos, sophia
y, siendo el primero en usar la palabra característica que luego
fuera adoptada, dice expresamente (ibid., II, 15) que ellas forman una
trinidad (trias). Ireneo consideró al Espíritu Santo como
eterno (Adv. Hær., V, xii, n. 2, in P.G., VII, 1153), existiendo
en Dios ante omnem constitutionem, y producido por el al comienzo de Sus
caminos (ibid., IV, xx,3). Considerado en relación al Padre, el
Espíritu Santo es Su Sabiduría (IV, xx,3); el Hijo y El
son las "dos manos" por las cuales Dios creó al hombre
(IV, prae., n 4; IV, xx,20; V,vi,1) Considerado en relación a la
Iglesia, el mismo Espíritu es verdad, gracia, una señal
de inmortalidad, un principio de unión con Dios; íntimamente
unido a la Iglesia, El dá a los sacramentos su eficacia y virtud
(III, xvii, 2, xxiv, 1; IV, xxxiii, 7; V, viii,1). San Hipólito,
aunque no habla tan claramente del Espíritu Santo como una persona
distinta, le supone, sin embargo, ser Dios, así como el Padre y
el Hijo (Contra Noët., viii, xii, in P.G., X, 816, 820). Tertuliano
es uno de los escritores de esta época cuya tendencia al Subordinacionismo
es más bien aparente, a pesar de haber sido el autor de la fórmula
definitiva: "Tres Personas, una Sustancia" y sin embargo, sus
enseñanzas sobre el Espíritu Santo son en todo sentido notables.
Parece haber sido el primero entre los Padres en afirmar Su Divinidad
de manera clara y absolutamente precisa. En su trabajo "Adversus
Praxean" deja largamente clara la grandeza del Consolador. El Espíritu
Santo, dice, es Dios (c.xiii en P.L., II, 193); de la sustancia del Padre
(iii,iv en P.L., II, 181-2); uno y el mismo Dios con el Padre y el Hijo
(ii en P.L., II, 180); procedente del Padre a través del Hijo (iv,
viii en P.L., II, 182, 187); quien enseña toda la verdad (ii en
P.L., II, 179). San Gregorio Thaumaturgus, o al menos el Ekthesis tes
pisteos, el cual es comúnmente atribuido a él data del período
entre 260 – 270, nos entrega este notable pasaje: "Uno es Dios,
Padre del Verbo vivo, de Sabiduría subsistente...Uno el Señor,
uno de uno, Dios de Dios, invisible de invisible...Uno el Espíritu
Santo, Quien subsiste de Dios...Trinidad Perfecta, la cual en eternidad,
gloria y poder, ni se divide ni se separa...Trinidad sin cambio e inmutable".
En el año 304, el mártir San Vicente dijo (Ruinart, op.cit.,
325) "Creo en el Señor Jesucristo, Hijo del Padre, el Supremo,
uno de uno; lo reconozco a El como un Dios con el Padre y el Espíritu
Santo".
Pero debemos regresar al año 360 para encontrar la doctrina sobre
el Espíritu Santo explicada clara y totalmente. Es San Atanasio
quien lo explica en sus "Cartas a Serapion" (P.G., XXVI, col.
525 sg). El ha sido informado que ciertos Cristianos sostenían
que la Tercera Persona de la Santísima Trinidad es una creatura.
Para refutar aquello, consultó las Escrituras y de ellas se formularon
argumentos tan sólidos como numerosos. En particular, ellas dicen
que el Espíritu Santo está unido al Hijo por relaciones
tales como aquellas que existen entre el Hijo y el Padre; que El es enviado
por el Hijo; que El es su portavoz y lo glorifica; que, por el contrario
a las creaturas, El no ha sido hecho de la nada, sino que viene de Dios;
que realiza obras santificadoras entre los hombres de lo cual ninguna
creatura es capaz; que al poseerlo, poseemos a Dios; que Dios creó
todo por El; que, en fin, El es inmutable, tiene los atributos de inmensidad,
unicidad y tiene el derecho a todos los apelativos y expresiones que son
usados para expresar la dignidad del Hijo. La mayoría de estas
conclusiones son apoyadas en textos de las Escrituras, unas pocas de ellas
fueron dadas más arriba. Pero el escritor otorga especial dedicación
en lo que se lee en Mateo., xxviii, 19: "El Señor" –
escribe (Ad. Serp., III, n6 en PG., XXVI 633 sg) "fundó la
fé de la Iglesia en la Trinidad cuando Dijo a Sus Apóstoles:
"Vayan por todos lados y enseñen a todas las naciones; bautizenlos
en el nombre del Pedre y del Hijo y del Espíritu Santo". Si
el Espíritu Santo fuera una creatura, Cristo no lo hubiera asociados
con el Padre; hubiera evitado hacer una Trinidad heterogénea, compuesta
de elementos discímiles. ¿ Qué es lo que Dios necesita?
Acaso El necesita unirse a Sí mismo con un ser de diferente naturaleza?...
No, la Trinidad no está compuesta por el Creador y la creatura".
Poco más tarde, San Basilio, Dydimus de Alejandría, San
Epiphanius, San Gregorio de Nizianzus, San Ambrosio y San Gregorio de
Niza tomaron la misma tésis ex professo, apoyándola en su
mayor parte con las mismas pruebas. Todos estos escritos prepararon el
camino del Concilio de Constantinopla el cual, en el año 381 condenó
a los Pneumatomaquianos y solemnemente proclamó la verdadera doctrina.
Estas enseñanzas forman parte del Credo de Constantinopla como
era llamado, donde el símbolo se refería al Espíritu
Santo. "Quien es también nuestro Señor y Quien dá
vida; Aquel procede del Padre, Quien es adorado y glorificado junto con
el Padre y el Hijo; Quien habló a través de los profetas.
¿Fué este credo, con sus particulares palabras, aprobado
por el Concilio de 381?. Anteriormente esa era la opinión común
e incluso en tiempos recientes había sido sostenido por las autoridades
como Hefele, Gergenrother y Funk; otros historiados entre los que se encuentran
Harnack al Duchesne, son de opinión contraria; pero todos concuerdan
al admitir que el credo del cual estamos hablando fué recibido
y aprobado por el Concilio de Chalcedon, el año 451 y que, al menos
desde aquel tiempo, fué la fórmula oficial del Catolicismo
ortodojo.
IV. PROCESION DEL ESPÍRITU SANTO
No nos detendremos mucho en el significado preciso de Procesión
en Dios. (Ver Santísima Trinidad). Aquí será suficiente
observar que entendemos por esta palabra la relación de orígen
que existe entre una de las Personas Divinas y la otra, o entre una y
las otras dos como su principio de origen. El Hijo procede del Padre;
el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La última
de las verdades será especialmente tratada aquí.
Todos los Cristianos han admitido que el Espíritu Santo procede
del Padre; esta verdad está expresamente dicha en Juan XV, 26.
Pero, los Griegos después de Photius, negaron que El procediera
del Hijo. Y, sin embargo, tal es manifiestamente enseñado por las
Sagradas Escrituras y por los Padres.
En el Nuevo Testamento
El Espíritu Santo es llamado el Espíritu de Cristo (Rom.
Viii,9), el Espíritu del Hijo (Gal., iv, 6), el Espíritu
de Jesús (Hechos, xvi, 7). Estos términos implican una relación
del Espíritu con el Hijo, la cual sólo puede ser una relación
de orígen. Esta conclusión es la mas indiscutible, dado
que todos admiten el argumento similar para explicar porqué el
Espíritu Santo es llamado el Espíritu del Padre. Es así
como San Agustín argumenta (En Juan., tr. Xcix, 6, 7 en P.L., XXXV,
1888): "Escucha al mismo Señor declarar: ‘ no eres tu
quien habla, sino el Espíritu de su Padre que habla en ti’.
Asimismo, escucha al Apóstol declarar: ‘ Dios ha enviado
el Espíritu de Su Hijo a vuestros corazones. ¿Puede entonces
haber dos espíritus, uno, el espíritu del Padre y otro el
espíritu del Hijo?. Ciertamente no. Así como hay un solo
Padre, así como hay un solo Señor o un Hijo, así
también hay un sólo Espíritu, Quien es, consecuentemente,
el Espíritu de ambos...¿ Porqué entonces rehusas
creer que El procede también del Hijo, siendo que El es también
el Espíritu del Hijo? Si El no procediese de El, Jesús,
cuando se aparece a Sus discípulos luego de la Resurrección,
pudo haberles inspirado diciendoles: ‘Reciban Uds. el Espíritu
Santo’. Lo que, sin dudas, significa este aliento no es sino que
¿el Espíritu procede también de El?". San Atanasio
había argumentando exactamente del mismo modo (De Trin. Et Spir.
S., n19, en P.G., XXIV, 1212) y concluye : « Decimos que el Hijo
de Dios también es la fuente del Espíritu".
El Espíritu Santo recibe del Hijo. De acuerdo a Juan xvi, 13-15:
"Y cuando venga él, el Espíritu de Verdad, los guiará
en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio,
sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará
lo que ha de venir. El tomará de lo mío para revelárselo
a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene
el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío
para revelárselo a Uds.". Ahora bien, una Persona Divina puede
recibir de otra sólo por Procesión, relacionándose
al otro como a un principio. Lo que el Consolador recibirá del
Hijo es conocimiento immanente, el cual El manifestará luego exteriormente.
Pero este conocimiento immanente es la misma esencia del Espíritu
Santo. Este último tiene, por lo tanto, Su origen en el Hijo, el
Espíritu Santo procede del Hijo. "no tendrá mensaje
propio" dice San Agsutín (En Joan., tr. Xcix, 4 en PL., XXXV,
1887) "porque El no es de Sí mismo, sino que El les hablará
todo lo que ha escuchado. El escuchará de Aquel de quien El procede.
En Su caso, escuchar es saber y saber es ser. Deriva su conocimiento de
El por Quien El deriva Su esencia". San Cirilo de Alejandría
observa que las palabras: "tomará de lo mío" significa
"la naturaleza" la cual el Espíritu Santo tiene del Hijo,
así como el Hijo la tiene de Su Padre (De Trin., dialog. Vi en
PG., LXXV, 1011). Por otro lado, Jesús dá la siguiente razón
a Su afirmación : "tomará de lo mío": "Todo
lo que tiene el Padre es mío", Ahora, desde que el Padre tiene
en relación al Espíritu Santo una relación que llamamos
Activa Espiración, el Hijo también la tiene; y en el Espíritu
Santo ella existe, consecuentemente, en relación a ambos, una Pasiva
Espiración o Procesión.
La misma verdad, ha sido constantemente sostenida por los Padres.
Este hecho es indiscutible en lo que a los Padres Occidentales se refiere;
aunque los Griegos lo negaron por el Este. Citaremos, por lo tanto, algunos
testigos entre éstos últimos. El testimonio de San Atanasio
ha sido citado mas arriba, en efecto que "El Hijo es la fuente del
Espíritu" y la declaración de Cirilo de Alejandría
que el Espíritu Santo tiene Su "naturaleza" del Hijo.
Este último santo después afirma (Thesau., afirm. Xxxiv
en PG., LXXV, 585); "Cuando el Espíritu Santo llega a nuestros
corazones, nos hace semejantes a Dios, porque El procede del Padre y del
Hijo"; y nuevamente (Epist., xvii, Ad Nestorium, de excommunicatione
en PG., LXXVII, 117): "El Espíritu Santo no está desconectado
con el Hijo, porque El es llamado el Espíritu de Verdad, y Cristo
es la Verdad; de tal que El procede de El así como también
de Dios el Padre". San Basilio (De Spirit.S., xviii en P.G., XXXII,
147) no desea que nos apartemos del orden tradicional al mencionar las
Tres Personas Divinas porque "así como el Hijo es al Padre,
así es el Espíritu al Hijo, de acuerdo con el antiguo orden
de los nombres en la fórmula del bautismo". San Apiphanius
escribe (Ancor., viii, en PG., XLIII, 29, 30) que el Consolador no puede
considerarse como desconectado con el Padre y el Hijo, porque El es con
Ellos uno en sustancia y divinidad" y declara que "El es del
Padre y del Hijo"; aún más, agrega (op.cit.xi, en P.G.,
XLIII, 35): "Nadie conoce el Espíritu salvo el Padre, y excepto
el Hijo, del cual El procede y de Quien El recibe". Finalmente, un
concilio sostenido en Seleucia el año 410 proclamó su fe
"en el Espíritu Santo Viviente, el Santo Consolador Viviente,
Quien procede del Padre y del Hijo" (Lamy, "Concilium Seleuciae",
Louvin, 1868). Sin embargo, al comparar los escritores latinos como un
cuerpo, con los escritores orientales, notamos una diferencia de lenguaje:
mientras los primeros casi unánimamente afirman que el Espíritu
Santo procede del Padre y del Hijo, los últimos generalmente dicen
que El procede del Padre a través del Hijo. En realidad, el pensamiento
expresado tanto por Griegos como por Latinos es uno y el mismo, sólo
la manera de expresarlos tiene una pequeña diferencia: la fórmula
griega ek tou patros dia tou ouiou expresa directamente el orden de acuerdo
al cual el Padre y el Hijo son el principio del Espíritu Santo,
e implica su igualdad como principio; la fórmula latina expresa
directamente esa igualdad e implica el órden. Así como el
Hijo mismo procede del Padre, es del Padre que El recibe, junto con todo
lo demás, la virtud que lo hace a El el principio del Espíritu
Santo. De este modo, el Padre sólo es principium obsque principio,
aitia anarchos prokatarktike, y, comparativamente, el Hijo es un principio
intermediario. El uso preciso de las dos preposiciones, ek (de) y dia
(a través) no implican nada más. En los siglos 13 y 14,
los teólogos griegos Blemmidus, Beccus, Calecas y Bessarion llamaron
la atención a esto, explicando que las dos partículas tienen
la misma significación, pero el de se ajusta mejor a la Primera
Persona, Quien es la fuente de las otras, y a través, a la Segunda
Persona, Quien viene del Padre. Mucho antes de su tiempo,. San Basilio
había escrito (De Spir. S., viii, 21 en P.G., LIX, 56): "
la expresión di ou expresa reconocimiento del principio primordial
[ tes prokatarktikes aitias]"; y San Crisóstomo (Hom. V en
Ijuan., n.2 en P.G., LIX, 56):"Si se ha dicho a través de
El, se ha dicho sólo para que nadie pueda imaginar que el Hijo
no es generado": Podemos agregar que la terminología usada
por los escritores orientales y occidentales, respectivamente, para expresar
la idea, está lejos de ser invariable. Así como Cirilo,
Epiphanius y otros Griegos afirman la Procesión ex utroque, así
también varios escritores latinos, no consideraban que partieron
de la enseñanza de su Iglesia al expresarse ellos mismos como Griegos.
Es así como Tertuliano (Contra Prax., iv, en P.L., II, 182): "Spiritum
non aliunde puto quam a Patre per Filium"; y San Hilario (De Trinit.,
lib., XII, n. 57, en P.L., X, 472), dirigiéndose al Padre, protesta
que desea adorar, con El y al Hijo "a Su Espíritu Santo, Quien
viene de El a través de Su único Hijo".Y, sin embargo,
el mismo escritor había dicho en tono más alto (op. Cot.,
lib. II, 29, en P.L., X, 69), "que debemos confesar al Espíritu
Santo viniendo del Padre y del Hijo", clara prueba que las dos fórmulas
fueron vistas como sustancialmente equivalentes.
El Espíritu Santo que procede de ambos, el Padre y el Hijo, sin
embargo, procede de Ellos como de un principio único. Esta verdad
es, al menos insinuada en el pasaje de Juan, cap. Xvi, 15 (citado más
arriba) donde Cristo establece una conexión necesaria entre Su
propio compartir en todo lo que el Padre tiene y la Procesión del
Espíritu Santo. Por lo tanto, se sigue, sin dudas, que el Espíritu
Santo procede de las otras dos Personas, no en tanto Son distintas, sino
en tanto Su Divina perfección es numéricamente una. Por
lo demás, tal es la enseñanza explícita de la tradición
eclesiástica, la cual fué establecida concisamente por San
Agustín (De Trin., lib V, c.xiv, en P.L., XLII, 921): "Como
el Padre y el Hijo son Un solo Dios y, relativamente a la creatura, un
solo Creador y un Señor, así también, relativamente
al Espíritu Santo, Son solo un principio". Esta doctrina fué
definida en las siguientes palabras por el Segundo Concilio Ecuménico
de Lyons [Denzinger, "Enchiridion" (1908), n. 460]: "Confesamos
que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo,
no como dos principios, sino como un principio, no por dos espiraciones,
sino por una sola espiración". La enseñanza fué
nuevamente planteada por el Concilio de Florencia (ibid., n. 691), y por
Eugenio IV en su Bula "Cantate Domino" (ibid., n. 703 sqs).
Así también es un artículo de fe que el Espíritu
Santo no procede, como la Segunda Persona de la Trinidad, por medio de
generación. No solamente es a la Segunda Persona sola a quien las
Escrituras llaman Hijo, no sólo El solamente es considerado causado,
sino que es también llamado el único Hijo de Dios; el antiguo
símbolo que muestra el nombre de San Atanasio declara expresamente
que "el Espíritu Santo viene del Padre y del Hijo, no hecho
ni creado, no generado sino procedente". Dado que somos totalmente
incapaces de señalar de otro modo el significado del misterioso
modo que afecta esta relación de origen, le aplicamos el nombre
de espiración, significación la cual es principalmente negativa
y por medio de contraste, en el sentido que afirma una peculiar Procesión
al Espíritu Santo y exclusiva de filiación. Pero, aunque
distinguimos absoluta y esencialmente entre generación y espiración,
es una tarea muy delicada y difícil decir cuál es la diferencia.
Santo Tomás (I,Q. Xxvii), siguiendo a San Agustín (De. Trin.,
XV, xxvii) encuentra una explicación y, como si fuera el epítome
de la doctrina en principio que, en Dios, el Hijo procede a través
del Intelecto y el Espíritu Santo, a través de la Voluntad.
El Hijo es, en lenguaje de las Escrituras, la imagen del Dios Invisible,
Su Palabra, Su sabiduría no creada. Dios se contempla a Sí
mismo y se conoce a Sí mismo desde toda la eternidad y, al conocerse
a Sí mismo, El forma dentro de Sí una idea sustancial de
Sí y éste pensamiento sustancial es Su Palabra. Ahora cada
acto de conocimiento es logrado por la producción en el intelecto
de una representación del objeto conocido; Desde aquí, entonces
el proceso ofrece una cierta analogía con la generación,
la cual es la producción por un ser vivo de un ser participante
de la misma naturaleza; y la analogía es mucho más sorprendente
cuando es asunto de este acto de conocimiento Divino, el término
eterno del cual es un ser sustancial, cosustancial dentro del tema conocido.
En relación al Espíritu Santo, de acuerdo a la doctrina
común de los teólogos, El procede a través de la
voluntad. El Espíritu Santo, como lo indica Su nombre, es Santo
en virtud de Su origen, Su espiración; Por lo tanto, el viene de
un principio santo; ahora bien, la santidad reside en la voluntad así
como la sabiduría está en el intelecto. Esta es también
la razón porque El es llamado a menudo par excellence, en los escritos
de los Padres, como Amor y Caridad. El Padre y el Hijo se aman desde toda
la eternidad con un amor perfecto e inefable; el término de este
amor infinito y fértil es Su Espíritu Quien es co eterno
y co-sustancial con Ellos. El Espíritu Santo no está en
deuda con la forma de Su Procesión, precisamente por esta perfecta
resemblanza a Su principio, en otras palabras, por Su consustancialidad;
dado que querer o amar un objeto no implica formalmente la producción
de su imagen immanente en el alma que ama, sino una tendencia, un movimiento
de la voluntad hacia la cosa amada para estar unido a él y disfrutarlo.
Así, teniendo en cuenta la debilidad de nuestro intelectos al conocer,
y la inadecuación de nuestras palabras para expresar los misterios
de la vida Divina, si pudieramos asir cómo la palabra generación,
liberada de todas las imperfecciones del orden material, pudiera ser aplicada
por analogía a la Procesión de la Palabra, veremos que el
término no puede, de ningún modo ser aplicado apropiadamente
a la Procesión del Espíritu Santo.
V. LA FILIACIÓN (FILIOQUE)
Habiendose tratado la parte que toma el Hijo en la Procesión del
Espíritu Santo, estamos próximos a considerar la introducción
de la expressión Filioque, dentro del Credo de Constantinopla.
El autor del agregado es desconocido, aunque la primera huella se encuentra
en España. El Filioque, fué sucesivamente introducido dentro
del Símbolo del Concilio de Toledo en el año 447, entonces,
en cumplimiento de una orden de otro sínodo sostenido en el mismo
lugar en el año 589, fué incluído en el Credo Niceno-Constantinopla.
Admitido también dentro del Símbolo Quicumque, comenzó
a aparecer en Francia en el siglo octavo. Fué cantado el año
767 en la capilla de Carlomagno en Gentilly, donde fué oído
por embajadores de Constantino Corponimnus. Los Griegos estaban impactados
y protestaron. Las explicaciones fueron dadas por los Latinos, y le siguieron
muchas discusiones. El Arzobispo de Aquileia, Paulinus, defendió
el agregado en el Concilio de Friuli el año 796. Fué luego
aceptado por el conciclio en Aachen, el año 809. Sin embargo, como
probó ser un obstáculo para los Griegos, el Papa Leo III,
lo desaprobó
Y, aunque corcordaba enteramente con los Francos sobre la cuestión
de la doctrina, aconsejó omitir la nueva palabra. El mismo dió
origen a dos grandes planchas de plata, sobre las cuales el credo, con
la expresión disputada omitida, fué grabado para ser eregidas
en San Pedro. Su consejo fué desatendido por los Francos; y, como
la conducta y el cisma de Potius parecía jutificar a los occidentales
en no dar mas crédito a los sentimientos de los Griegos, el agregado
de las palabras fué aceptado por la Iglesia Romana bajo Benedicto
VIII (ct. Funk, "Kirchengeschichte", Paderborn, 1902, p. 243).
Los Griegos siempre habían acusado a los Latinos del agregado.
Consideraban que, bastante aparte de la cuestión doctrinal involucrada
en la expresión, la inserción fué hecha violando
el decreto del Concilio de Efeso que prohibía a cualquiera "producir,
escribir o componer una confesión de fe otra que la definida por
los Padres de Nicea". Tal razón no resistiría análisis.
Suponiendo la verdad del dogma (establecido mas arriba), es inadmisible
que la Iglesia pueda o pudiera haberse privado del derecho a mencionarlo
en el símbolo. Si la opinón adherida, y que posee fuertes
argumentos que la apoyan, considera que el desarrollo del Credo en lo
que respecta al Espíritu Santo fueron aprobados por el Concilio
de Constantinopla (381), de inmediato puede establecerse que los obispos
en Efeso (431) ciertamente no estaban pensando en condenar o culpar aquellas
de Constantinopla. Pero, dado el hecho que la expresión disputada
fué autorizada por el Concilio de Chalcedon en el año 451,
concluímos que la prohibición del Concilio de Efeso nunca
fué comprendida y no debe entenderse en un sentido absoluto. Podría
ser considerada ya sea como doctrinal, o como un mero pronunciamiento
disciplinario. En el primer caso, podría excluír cualquier
agregado o modificación opuesta, o discrepante con el depósito
de la Revelación; y tal parece ser su importancia histórica
porque fué propuesta y aceptada por los Padres en oposición
a la formula manchada con Nestorianismo. Considerado el segundo caso como
una medida disciplinaria, pudo vincular solo a aquellos que no eran depositarios
del poder supremo en la Iglesia. Los últimos, en tanto es su deber
enseñar la verdad revelada y preservarla del error, poseen autoridad
Divina, el poder y el derecho de extender y proponer a la fe tales confesiones
de fe como las circunstancias puedan demandar. Este derecho es ilimitable
como asimismo inalinable.
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